Lunes, 15. Noviembre 2010
Escrito por: Alicia Migdal
Difícil no tener una opinión, así sea perpleja, frente a la sociedad y la política argentinas. La muerte prematura de Néstor Kirchner y la espectacularización de su ausencia generan en la manera de ser uruguaya un efecto casi instantáneo de distancia de las emociones, escenificadas por horas en la televisión. No porque no tengamos nuestras emociones políticas muy fuertemente presentes y hasta acrecentadas por los errores, sino por la diferencia. Acá la diferencia (Argentina versus el resto del mundo, vaya) es lo que llama la atención, y aunque esa diferencia sea ya histórica y por lo tanto su observación tenga algo de resignada, en momentos como éste no hay cómo escapar a ella.
Amigos uruguayos y argentinos, personalidades de la cultura han opinado abundantemente sobre Kirchner, devenido fulminantemente gran estadista. Cosas de los prestigios de la muerte. Han enumerado como incuestionable la lista de sus logros, que presuponen una ideología y una concepción peleadoramente nacionalista y antimperalista de la política. Han declarado la recuperación de la fe en la política, que reaparece con esa lista de conquistas. Han vuelto a creer, a recoger las ideas de los setenta, comprobando que son realizables en democracia. Han logrado, una vez más, ser sentimentales sin sentir vergüenza o sin darse cuenta. No han hablado de ética ni de valores. Han dado por sentado que iban implícitas en la lista. Nos han hecho sentir infamemente escépticos.
Los fines y los medios, la intrínseca y oscura mixtura entre familia, política y poder económico, la rapidez con que se construyen los mitos, la ya identitariamente argentina combinación de lo público y lo privado vivido como un espectáculo frente al pueblo, se han convertido en elementos secundarios en el discurso de quienes analizan a los Kirchner bajo el efecto de los prestigios de la muerte. ¿Te gustan los Kirchner?, me preguntan amigos con asombro, y también con asombro ¿no te gustan los Kirchner? No, no me gustan nada ellos y su clan, mi conflicto es no creer en ellos aunque su discurso y sus acciones llamadas progresistas se hayan encarnado en muchas realidades. (¿Pero por qué hay que usar la palabra creer, la palabra gustar?) Pero eso siempre nos pasó, ¿no?, siempre fuimos como unos delicaditos frente al peronismo, o unos soberbios, que es casi lo mismo, defendiendo nuestra posición prestigiosa porque nosotros sí tuvimos, tenemos, una izquierda, lo que se llamaba antes una izquierda, ¿y todavía hoy?, en cambio ellos habían quedado condenados a no entender otra cosa que el peronismo, pobres, gente fenómena de pueblo o de gran pensamiento sitiados por el horizonte populista y peor aun, mejor aun, devolviendo dignidad y dando de comer a millones de personas antes y ahora; antes y ahora con sus damas, millonarias en atuendos y en un vivir en la vitrina, devolviendo a los que no la tienen la imagen que quisieran tener y que al mismo tiempo generan y engrandecen. Una complejidad.
Es la política en la gran sociedad de consumo: las horas de ceremonia fúnebre convertidas, también, en acto político. Se sabe, todos los gestos desde la política pierden su inocencia. El dolor, en público, se espectaculariza y cuenta con ello como parte, precisamente, de la política.
En un diario oficialista como Página 12, hasta el día de ayer se seguía leyendo la meteórica leyenda que ahora se expande sobre todos los colectivos y los reinterpreta desde la muerte: los roqueros (suplemento No), las feministas (Las 12), el universo queer (Soy) más las personalidades gravitantes de la pluma política. Nadie de ellos se interroga sobre la extrañeza que provoca el dolor puesto en escena, o la escena política del dolor, con su mixtura de verdad y de conciencia organizada. El momento público en el que una pareja política se despide frente a todo un país es analizado casi con delicia, con sensualidad de voyeurs. Todos “creen”; no ya la gente desconocida para nosotros con auténticos rostros de pesar que fue rescatada de la catástrofe económica sino las sofisticadas plumas de la crítica y el análisis, hombres y mujeres que se entregan con placer –es de suponer masoquista– a describir la minucia de un gesto, el paso dado por la presidenta escoltando el ataúd: una fruición inesperada, dadas las circunstancias. Pero es justo por eso, por esas circunstancias emocionales, que todo es duelo y al mismo tiempo celebración; es la continuidad política reafirmada y la denuncia de la previsible misoginia de la derecha la que pone en el altar a la presidenta despidiendo al que de repente pasa a ser, simpáticamente, el Flaco, el Bizco, el Cachafaz, el hombre de Santa Cruz que en 2003 era un desconocido en la política de la gran capital cuando ella era ya una senadora y una personalidad. Un hombre, tal vez hecho, entre otros, por esa mujer vestida toda de negro, como en las películas de Hollywood. El miedo por la continuidad, la amenaza de la codiciosa derecha cierran perfectamente la parábola sobre la dama de negro que despide al hombre flaco, porque todo un pueblo en la calle la respalda y le asegura su liderazgo. Todos tienden su mano. Feinmann en Página 12 le ofrece la suya a Sarlo, la intelectual prestigiosa que desde hace un tiempo escribe en La Nación conservadora pero ahora se conduele por la situación. No todo está perdido, entonces, entre la gente que piensa.
Desde esta orilla o balcón, ¿dónde poner todas estas cosas sin sentirse mal por el espectáculo y por la vergüenza ajena de que sea espectáculo pero no sea percibido como espectáculo? Sabemos en esta orilla que también para nosotros la política se ha naturalizado como una práctica contaminada.
Imposibilitados de comprender los distintos peronismos y sus rituales, tal vez tengamos que dedicarnos, de acuerdo al espejo distorsionado que nos ponen por delante, a tratar de comprender lo que no comprendemos de los distintos frenteamplismos que hoy por hoy nos atormentan. La lista pendiente de los logros no alcanzados en Uruguay es larga en materia de derechos humanos, de presupuesto para la educación y la cultura, de soluciones efectivas para la vivienda digna, de crisis de la salud con directores renunciantes por intrigas y corrupción, de violencia y marginalidad, de salud mental desamparada. Nosotros tenemos nuestros duelos y hemos quedado con las celebraciones en suspenso. n
Publicado el Viernes 12 de Noviembre de 2010
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