Alainet
Pasadas las elecciones y ganadora Dilma Rousseff, es hora de bajarse del escenario y encarar el Brasil real. Hay mucho que hacer. Los datos siguientes son todos oficiales.
Pese a los avances sociales del gobierno de Lula, según la Encuesta Nacional por Muestreo a Domicilio -PNAD 2009-, IBGE, divulgada el 8 de setiembre, el ingreso medio del brasileño, calculado en 650 dólares el año 2009, fue un 2,2% inferior al del 2008.
Aunque el rendimiento real promedio del trabajo se haya elevado de 636 dólares (2008) a 650 (2009) -un alza del 2,2%-, esta variación es todavía inferior a la de la década de 1990, cuando subió, entre 1995 y 1998, de 654 dólares a 659. En el 2009 el ingreso per cápita del 10% de los más pobres creció sólo el 1,5%, mientras la media nacional creció un 2,4%.
En el 2009 trabajaban en el Brasil 101,1 millones de personas. La mitad en la economía informal, sin oficio concreto. Comparado con el año anterior, hubo un aumento del empleo con oficio concreto: del 58,8% subió al 59,6%. Sin embargo, el desempleo subió un 18,5%. En 2008 el índice fue de 7,1 millones de desempleados; en 2009 de 8,4 millones, o sea un aumento de 1,3 millones de personas que están fuera del mercado de trabajo.
El número de niños en el mercado de trabajo obtuvo la significativa reducción de un millón. En el 2009 se encontraban en el mercado de trabajo 4,25 millones de brasileños de entre 5 y 17 años. Comparado con 2008, 202.000 niños y adolescentes menos. Aunque en el nordeste haya habido un ligero aumento entre los jóvenes de 14 a 15 años.
El índice de analfabetos de 2009 todavía es alto: el 8,9% de la población. Se redujo el número de analfabetos mayores de 15 años: del 10% de la población (2008) pasó al 9,7% (2009). Y 1 de cada 5 brasileños es analfabeto funcional, incapaz de redactar una carta sin fuertes errores de concordancia y de sintaxis, y también sin capacidad de interpretar un texto.
Con el gobierno de Lula el Brasil avanzó en la reducción de la pobreza y de la desigualdad social. Cerca de 20 millones de personas dejaron la extrema pobreza. Pero en los últimos años cayó el ritmo de aumento del ingreso del 10% de los más pobres.
En 2009 se encontraban en extrema pobreza el 8,4% de los brasileños (15,96 millones de personas), de una población de 190 millones. El año anterior (2008) la pobreza extrema bajó un 0,4%. De 2007 a 2008 había descendido el 1,5%, tres veces más. Por tanto, el ritmo de desempobrecimiento de los brasileños se redujo.
Es verdad que, gracias a la facilidad para obtener crédito (el volumen llegó hasta 588.000 millones de dólares) y a la crisis financiera mundial, que obligó a muchos exportadores a destinar sus productos al mercado interno, hubo un significativo aumento del consumo de bienes duraderos: lavadoras de ropa, televisores, microcomputadoras, celulares y reproductores de DVD. Hoy el 72% de las viviendas posee tales equipos. Lo curioso es esta contradicción: el 59,1% de los domicilios brasileños no tienen red de alcantarillado, lo que equivale a 34,6 millones de viviendas.
En el gobierno de Lula aumentó el número de casas con abastecimiento de agua, recogida de basura y energía eléctrica. Pero retrocedió el índice de las que disponen de alcantarillado o saneamiento: del 59,3% (2008) bajó al 59,1% (200). Y precisamente a esta falta de saneamiento se le atribuye el 68% de los casos de enfermedades.
Tras siete años de caída, la tasa de fecundidad volvió a subir en el Brasil. Pasó de 1,89 hijos por mujer (2008) a 1,94 (2009).
El Brasil tiende a un perfil poblacional marcadamente de ancianos. En el 2009, el 11,3% de los brasileños tenía 60 o más años de edad. Eso significa un aumento del costo de Previsión Social (que es uno de los mecanismos de distribución del ingreso) y de la salud pública.
A quienes les fue muy bien durante la gestión de Lula fue a los bancos. Las ganancias de los tres mayores -Banco do Brasil, Itaú y Bradesco- suman 98.000 millones de dólares durante la era Lula, o sea un 420% más que durante la era de Cardoso (en que la ganancia fue de 19.000 millones de dólares).
Las heridas del Brasil tienen raíces estructurales. Ningún gobierno, desde el fin de la dictadura en 1985, intentó promover reformas como la agraria, la fiscal, la política, ni la de los sistemas de salud y educación. Y mientras no se entre a dichas estructuras y servicios el país estará, como dijo Jesús, poniendo un remiendo nuevo a una tela vieja.
Se espera que Dilma entre a la estructura de la casa brasileña, sobre todo a la de los latifundios y la tributaria. La primera para poner fin a la inmensidad de tierras ociosas y a la miseria y al éxodo rural. La segunda para que el peso mayor de los impuestos no siga recayendo sobre los más pobres.
Traducción de J.L.Burguet
Fuente: http://alainet.org/active/42294
rCR
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