MARINE LE PEN, A UN PASO DE DIRIGIR EL MOVIMIENTO MAS PODEROSO DE LA ULTRADERECHA EUROPEA
El renacimiento progresivo del Frente Nacional la tiene a ella como protagonista fundamental. Entre escándalos y denuncias, le pega a los inmigrados, a Europa, a las políticas sociales y al sistema financiero internacional.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Alta, rubia, dos veces divorciada, madre de tres hijos, de hablar concreto y frases como puñetazos y una forma de vestirse y expresarse en la que confluyen la modernidad y la tradición, la sensualidad y la rigidez, esa es la nueva figura de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen. La hija del líder del partido de ultraderecha Frente Nacional está a un paso de ocupar el lugar de Jean Marie Le Pen y dirigir el movimiento más poderoso de la extrema derecha europea.
No hay ninguna diferencia entre las ideas de la hija y de su padre, pero Marine Le Pen no tiene ese perfil de lobo feroz enardecido que hizo la gloria de Le Pen a partir de mediados de los años ’80. La mujer pasa con igual soltura en un programa de debates políticos, en una emisión farandulera o posa con sonrisa de actriz reencontrada en los semanarios populares. La versión femenina de la ultraderecha es un fenómeno político de tales magnitudes que no sólo amenaza los territorios de la derecha liberal conservadora del presidente Nicolas Sarkozy (UMP), sino que también obliga a los socialistas a aclarar posiciones que mantenían ambiguas.
Los porcentajes de las encuestas de opinión la ubican en un lugar privilegiado. Cuenta con 27 por ciento de popularidad y 14 por ciento de intenciones de voto para las elecciones presidenciales de 2012. Marine Le Pen desmintió los análisis sobre la desaparición de la ultraderecha luego de las elecciones presidenciales de 2007. Su estrategia funciona con la exactitud de un mecanismo de relojería. En las elecciones regionales de mitad de año obtuvo 22 por ciento de los votos y hace unos días le bastó una frase controvertida para incendiar la escena política y subir como una flecha en los sondeos. Recurriendo a un viejo truco de su padre, provocar para conquistar, Marine Le Pen comparó la plegaria de los musulmanes en las calles de Francia –faltan lugares para el culto musulmán– con la ocupación de Francia por la Alemania nazi. “No se hace con blindados ni con soldados, pero es también una ocupación”, dijo.
Escándalos, denuncias, amenazas de juicios, reprobaciones y silencios llenaron al país de debates con un ganador final: ella. Acechada por las críticas de casi todos los sectores, Marine Le Pen no retrocedió; al contrario, asumió el contenido de lo que dijo y aclaró: “Pongo el dedo allí donde duele, y esa verdad remite a la clase política a sus renuncias, a su ceguera, a su cobardía”. Acto seguido, la ultraderechista calificó a los partidos de Francia, PS, UMP y ecologistas, de “sepultureros de la República”.
El renacimiento progresivo del Frente Nacional la tiene a ella como protagonista fundamental. Con un palazo a los inmigrados, otro a Europa, uno más a las políticas sociales y otro suplementario sobre la cabeza del sistema financiero internacional, Marine Le Pen se forjó una situación confortable para suceder a su padre a mediados de enero. Marine Le Pen enfrenta a Bruno Gollnisch en el congreso del partido que se celebra en la localidad de Tours. Ambos son la antítesis del otro. Gollnisch es hombre, tiene 60 años, es un hombre calmo, culto, profesor universitario, gran especialista de la civilización japonesa, guardián discreto del tesoro ideológico de la extrema derecha y uno de los primeros ultraderechistas que, después de Le Pen, apareció con corbata. Marine Le Pen y Gollnisch representan la extrema derecha modernizada, recivilizada, a años luz de las cabezas rapadas, las esvásticas y las camperas negras.
Poco a poco, la hija de Le Pen fue cumpliendo con su propósito-profecía: “desatanizar” a la extrema derecha. Su programa político es un imán para desesperados, desempleados, gente con telarañas ideológicas en la cabeza, xenófobos, sectores rurales y viejos. Marine Le Pen recuperó el andamiaje político de Jean Marie Le Pen y lo mezcló con algunos elementos nuevos, que, sobre todo, parecen más nuevos sólo porque ella tiene un perfil juvenil y habla con otro lenguaje. La tal vez próxima líder del Frente Nacional promete todo y lo imposible: sacar al país de la Zona Euro –la moneda única–, cercar las fronteras, hacer pagar gravámenes a las transacciones de la Bolsa, cambiar los criterios de atribución de la nacionalidad francesa a los extranjeros, convertir cuarteles militares en cárceles, organizar una consulta referendaria para restaurar la pena de muerte y dar prioridad a todo lo que es francés. En los años ’80, su padre decía “Francia para los franceses”.
Ella lo ha cambiado por otro concepto, una idea ordenada en torno de una suerte de “patriotismo económico” que engloba desde el proteccionismo comercial hasta la regulación de los beneficios sociales. El maquillaje funcionó bien. Las transformaciones afectaron a los gobernantes. Con una descendiente de Le Pen al mando de un partido, la extrema derecha europea brillará aún por mucho tiempo.
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