jueves, 23 de diciembre de 2010

La gran cruzada islamofóbica

Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.


Introducción del editor de Tom Dispatch

Momentos de decadencia imperial y económica –según un reciente sondeo, un 65% de los estadounidenses cree ahora que EE.UU. se encuentra en un “estado de decadencia”– pueden ser también períodos de fanatismo sectario, incluso de demencia. Parece que un estado de ánimo semejante se está propagando por EE.UU. En realidad no es tan sorprendente. Desde los ataques del 11 de septiembre de 2011, han inyectado el miedo a esta “patria” como una droga y una penumbra de secreto oficial se ha establecido sobre el país de una manera que hace que el secreto de los años de la Guerra Fría (cuando el país se enfrentaba a una superpotencia, no a un conjunto variopinto de yihadistas, guerrilleros, y terroristas) parezca una era radiante.

En una atmósfera de temores arremolinados y de histeria en medio de condiciones de vida declinantes, “explicaciones” que en otros tiempos podrían haberse limitado a grupos minúsculos de gente dedicados a difundir teorías conspirativas pueden obtener repentinamente una pátina de plausibilidad y por lo tanto agarre. Así que no es ninguna sorpresa que en tiempos difíciles, cuando el sistema financiero parece estar al borde del colapso, cuando aumenta el desempleo y surge una ola masiva de embargos de casas, cada vez más estadounidenses se conviertan en presas de cualquier explicación absurda de nuestros problemas, pero ninguna tanto como la idea de que el Islam haya sido de alguna manera responsable, que las mezquitas y centros islámicos signifiquen para una ínfima minoría en este país que hayan sido capaces de imponer algo, ni más ni menos que un modo de vida a este país, o que la Sharía (sorprendentemente) pueda infiltrarse en los sistemas legales estatales, o que YouTube sea un semillero de terrorismo digno de ser eliminado, o… bueno, lo que queráis.

Max Blumenthal, autor del éxito de ventas Republican Gomorrah: Inside the Movement That Shattered the Party, se ha esforzado por llevarnos a lo profundo de uno de esos equipos de conspiradores a quienes, en otros tiempos, casi nadie hubiera prestado mucha atención, pero que en el EE.UU. del Siglo XXI han atraído a una audiencia considerable. Son un barómetro escalofriante del cambio del clima en EE.UU. Tom

La gran cruzada islamofóbica

Dentro de la cábala estrambótica de donantes secretos, blogueadores demagógicos, pseudoeruditos, neofascistas europeos, violentos colonos israelíes y candidatos presidenciales republicanos que apoyan la cruzada

Max Blumenthal

Nueve años después del 11-S, la histeria respecto a los musulmanes en la vida estadounidense se ha apoderado del país. Con ella ha venido un estallido de ataques incendiarios contra mezquitas, campañas para impedir su construcción y la caracterización de la comunidad musulmana-estadounidense, en su abrumadora mayoría moderada, como semillero de potenciales reclutas terroristas. El frenesí ha arrasado desde Tennessee rural a la Ciudad de Nueva York, mientras en Oklahoma los votantes llegaron a aprobar por abrumadora mayoría un referendo que prohíbe la implementación de la Sharía en tribunales estadounidenses (aunque nadie ha planteado semejante posibilidad). Esta campaña de islamofobia afectó políticamente al presidente Obama, ya que uno de cada cinco estadounidenses se tragó un coro permanente de falsos rumores sobre su secreta fe musulmana. Y puede haber mancillado el prestigio de los musulmanes en general; un sondeo de agosto de 2010 del Pew Research Center reveló que entre los estadounidenses el índice favorable hacia los musulmanes ha bajado 11 puntos desde el año 2005.

Al estallar tantos años después del trauma del 11 de septiembre, podría parecer que este espasmo de intolerancia antimusulmana haya ocurrido en una oportunidad extraña y sea de una espontaneidad inesperada. Pero hay que volver a pensar: es el fruto de una campaña organizada, a largo plazo, por parte de una confederación compacta de activistas de derechas y operadores que comenzaron a concentrarse en la islamofobia poco después de los ataques del 11-S, pero que sólo llegaron a la masa crítica durante la era de Obama. Fue cuando las fuerzas conservadoras amargadas, que perdieron el poder en la votación de 2008, buscaron con un éxito notable el uso del resentimiento cultural para obtener ventajas políticas y partidarias.

Esta red está obsesionada por el supuesto aumento de la influencia musulmana en EE.UU. Su aparato cubre continentes, ya que va de los activistas del Tea Party en EE.UU. a la extrema derecha europea. Junta en una causa común a ultrasionistas de derecha, cristianos evangélicos y a los hooligans del fútbol británico. Refleja una sensibilidad agresivamente pro israelí, cuyos personajes clave veneran al Estado judío como una especie de Fort Apache de Oriente Medio en las primeras líneas de la Guerra Global contra el Terror y que instan a EE.UU. y a varias potencias europeas a emular sus métodos de mano dura.

Muy poco en la reciente islamofobia estadounidense (con fuerte énfasis en la “fobia”) es algo puramente fortuito. Años antes del Tea Party tropas de asalto se agruparon frente al sitio propuesto para un centro comunitario islámico en el centro de Manhattan, representantes del lobby de Israel y del establishment judío-estadounidense lanzaron una campaña contra el activismo pro palestino en los campus, que demostró ser un semillero para todo lo que sobrevendría. Esa campaña se transformó rápida –y previsiblemente– en una serie de cruzadas contra mezquitas y escuelas islámicas que, por su parte, atrajeron a sus filas a una serie de militantes sospechosos pero excepcionalmente activos.

Aparte de suministrar la energía inicial para la cruzada islamofóbica, elementos conservadores de dentro del lobby pro Israel financiaron el aparato de la red, permitiendo que influenciara el debate nacional. Un filántropo en particular ha suministrado los medios para impulsar la campaña. Es un empresario poco conocido de seguridad informática de los Angeles llamado Aubrey Chernick, quien opera desde una firma de consultoría en seguridad con el nombre insípido de Centro Nacional para Crisis y Coordinación de la Continuidad, que ha servido de think tank para el Comité EE.UU.-Israel de Asuntos Públicos (AIPAC), un grupo de cabildeo de primera línea por Israel. Dicen que Chernick posee 750 millones de dólares.

La fortuna de Chernick es poca cosa en comparación con los multimillonarios hermanos Koch, titanes de la industria extractora, que financian grupos relacionados con el Tea Party como Estadounidenses por la Prosperidad, y es eclipsada por el imperio financiero de Haim Sabam, el magnate mediático que es uno de los mayores donantes privados del Partido Demócrata y recientemente igualó los 9 millones de dólares recolectados en una sola noche por los Amigos de las Fuerzas de Defensa Israelíes [ejército israelí, N. del T.]. Sin embargo, al inyectar su dinero en una pequeña pero influyente constelación de grupos e individuos con un programa limitado, Chernick ha tenido un impacto considerable.

A través de la Fundación Fairbrook, una entidad privada que controla junto a su esposa Joyce, Chernick ha suministrado medios a grupos que van de la Liga contra la Difamación (ADL) y CAMERA, un organismo derechista, pro israelí, que vigila a los medios, a violentos colonos israelíes que viven en tierras palestinas y personajes como el autor pseudoacadémico Robert Spencer, responsable en gran parte de la popularización de teorías conspirativas sobre la próxima conquista de Occidente por fanáticos musulmanes que quieren establecer un califato mundial. Juntos, estos grupos propagan la histeria sobre los musulmanes a comunidades de clase media estadounidense donde se han establecido recientemente inmigrantes de Oriente Medio y contemplan satisfechos cómo los favoritos para la candidatura presidencial republicana, de Mike Huckabee a Sarah Palin, promueven su causa e imitan sus tropos. Tal vez lo único más sorprendente que el atractivo cada vez más generalizado de la islamofobia es que, hace sólo algunos años, el fenómeno se limitaba a unos pocos campus universitarios y a un vecindario urbano, y que parecía ser una moda pasajera que pronto desaparecería del paisaje político estadounidense.

Nace una red

La cruzada islamofóbica se lanzó en serio durante el auge del prestigio de George W. Bush cuando los neoconservadores y sus aliados gozaban de mucha importancia. En 2003, tres años después del colapso del intento del presidente Bill Clinton de resolver el problema israelí-palestino e inmediatamente después de la invasión de Iraq, una red de grupos judíos, que iba desde la ADL [Liga contra la Discriminación] y el Comité Judío Estadounidense a AIPAC, se reunió para encarar lo que veía como un aumento repentino del activismo pro palestino en campus universitarios en todo el país. Esa reunión resultó en el Proyecto David, un grupo de presión en los campus dirigido por Charles Jacobs, cofundador de CAMERA, uno de los muchos grupos financiados por Chernick. Con la ayuda de profesionales de relaciones públicas, Jacobs concibió un plan para “recuperar los campus influenciando la opinión pública mediante conferencias, Internet y coaliciones”, como señaló un memorando elaborado entonces por la consultoría McKinsey and Company.

En 2004, después de consultar a Martin Kramer, miembro del Instituto de Washington para Política en Oriente Medio, el think tank pro Israel en el que Chernick había servido de fideicomisario, Jacobs filmó un documental que llamó Columbia Unbecoming [Columbia Indecorosa]. Estaba repleto de afirmaciones de estudiantes judíos de la Universidad Columbia que pretendían haber sufrido intimidación e insultos por parte de profesores árabes. La cinta decía que el Departamento de Oriente Medio y Lenguajes y Culturas Asiáticas de la universidad de Nueva York era un semillero de antisemitismo.

En sus quejas, los estudiantes se concentraron en una persona en particular: Joseph Massad, un profesor palestino de estudios de Oriente Medio. Era conocido por su apasionada defensa de la formación de un Estado binacional entre Israel y Palestina, así como por su ruidosa crítica de lo que llamaba “el carácter racista de Israel”. La cinta lo identificó como “uno de los intelectuales más peligrosos del campus”, mientras lo caracterizaba como un malvado crucial en The Professors: The 101 Most Dangerous Academics in America [Los profesores, los 101 académicos más peligrosos en EE.UU.], un libro del activista (financiado por Chernick), David Horowitz. Como Massad buscaba la titularidad en ese tiempo, era especialmente vulnerable a este tipo de ataque generalizado.

Cuando se intensificó la controversia por los puntos de vista de Massad, el congresista Anthony Weiner, demócrata liberal de Nueva York, quien una vez se describió como representante del “ala de la ZOA [Organización Sionista de EE.UU.] del Partido Demócrata”, exigió que el presidente Lee Bollinger de Columbia, renombrado experto en la Primera Enmienda, despidiera al profesor. Bollinger respondió emitiendo declaraciones inusualmente defensivas sobre la naturaleza “limitada” de la libertad académica.

Al final, sin embargo, ninguna de las acusaciones tuvo efecto. Por cierto, los testimonios de la cinta del Proyecto David acabaron desacreditados y nunca se pudieron corroborar. En 2009, Massad obtuvo la titularidad después de ganar el prestigioso Premio Lionel Trilling de Columbia por excelencia en su erudición.

Sin embargo, después de demostrar su capacidad para intimidar a miembros de la facultad e incluso a poderosos administradores universitarios, Kramer reivindicó una victoria moral en nombre de su proyecto, alardeando ante la prensa de que “es un momento decisivo”. Mientras el Proyecto David auspició a continuación filiales en campus en todo el país, su director se lanzó a un camino diferente –inicialmente, a las calles de Boston en 2004- para oponerse a la construcción del Centro Cultural de la Sociedad Islámica de Boston.

Durante casi 15 años, la Sociedad Islámica de Boston había tratado de construir el centro en el corazón de Roxbury, el mayor vecindario negro de la ciudad, para servir a su considerable población musulmana. Con el apoyo del alcalde Thomas Merino y de importantes legisladores de Massachusetts, la construcción de la mezquita parecía un hecho consumado –es decir, hasta que entraron en acción el Boston Herald, propiedad de Rupert Murdoch, y su afiliado local Fox News- El columnista del Boston Globe Jeff Jacoby también intervino con una serie de informes en los que afirmaba que los planes del centro evidenciaban una conspiración árabe saudí para aumentar la influencia del Islam radical en EE.UU. y posiblemente incluso para entrenar células terroristas clandestinas.

En ese momento el Proyecto David entró a tomar parte en el asunto y convocó a elementos de la comunidad local pro Israel en el área de Boston para buscar estrategias a fin de torpedear el proyecto. Según correos electrónicos obtenidos por los abogados de la Sociedad Islámica en un proceso contra el Proyecto David, los organizadores se pusieron de acuerdo en una campaña de años de procesos obstaculizadores, junto con acusaciones de que el centro había recibido dinero extranjero de “el movimiento wahabí en Arabia Saudí o… la Hermandad Musulmana”.

Como reacción, una coalición de base de judíos liberales inició esfuerzos interconfesionales orientados a terminar una controversia que había sido esencialmente fabricada de la nada y que estaba corroyendo las relaciones entre las comunidades judía y musulmana en la ciudad. Sin embargo Jacobs no cedió. “Estamos más preocupados que nunca por una influencia saudí en las mezquitas locales”, anunció en una sinagoga suburbana de Boston en 2007.

Después de pagar millones de dólares en costes legales y de sufrir interminables calumnias, la Sociedad Islámica de Boston terminó la construcción de su centro comunitario en 2008. Mientras tanto, lo que no sorprende, las aciagas advertencias del Proyecto David no llevaron a ninguna parte. Como reflexionó el periodista de National Public Radio para el área de Boston Philip Martin, en septiembre de 2010, “Las historias de horror que precedieron al desarrollo [del centro] parecen estridentes y melodramáticas en retrospectiva.”

La red se extiende

La segunda campaña fracasada tuvo más que ver, a fin de cuentas, con el refuerzo del movimiento que con su éxito, y menos todavía con la seguridad nacional. La cruzada local estableció un proyecto efectivo para generar histeria contra el establecimiento de centros islámicos y mezquitas en todo el país, mientras impulsaba un reparto que formaría una red antimusulmana que obtuvo atención y éxito en los años por venir.

En 2007, esos personajes se unieron en un protomovimiento que lanzó una nueva cruzada, que esta vez atacó la Academia Internacional Khalil Gibran, una escuela primaria laica árabe-inglesa en Brooklyn, Nueva York. Su grupo de presión ad hoc se denominó “Detened la madraza” –madraza es simplemente la palabra árabe para “escuela”– y los activistas de la coalición incluían una diversidad de fanáticos anteriormente desconocidos que no hicieron ningún intento para disimular sus puntos de vista extremistas cuando se trataba del Islam como religión, así como de los musulmanes en EE.UU. Su objetivo declarado era cuestionar el establecimiento de la escuela sobre la base de su violación de la separación de iglesia y Estado en la Constitución de EE.UU. El verdadero objetivo de la coalición, sin embargo, era transparente: presionar a la dirección de la ciudad para que adoptara una posición antagónica hacia la comunidad musulmana local.

Los activistas se concentraron en la directora de la escuela, Debbie Almontaser, veterana educadora de ascendencia yemení, y la calificaron sin base alguna de “yihadista” y negacionista del 11-S. También la acusaron, como escribió entonces Pamela Geller, blogueadora de extrema derecha, de “encubrir el genocidio contra los judíos”. Daniel Pipes, académico neoconservador previamente activo en las campañas contra Joseph Massad y el centro islámico de Boston (y cuyo think tank pro Likud, Foro de Oriente medio, recibió 150.000 dólares de Chernick) afirmó que la escuela no debería seguir adelante porque “la instrucción en lenguaje árabe está inevitablemente cargada de lastre panárabe e islamista”. Mientras la campaña tomaba un tono febril, Almontaser informó de que miembros de la coalición la acechaban dondequiera iba.

En vista de que el profesor de la Escuela de Periodismo de Columbia y ex periodista del New York Times Samuel Freedman recordó “sus antecedentes limpios y públicos de activismo y relaciones entre las fes”, incluyendo su trabajo con el Departamento de Policía de Nueva York y la Liga contra la Difamación después de los ataques del 11 de septiembre, el ataque contra Altmontaser parecía bastante extraño –hasta que sus enemigos descubrieron una fotografía de una camiseta producida por AWAAM, una organización feminista árabe local, que decía “Intifada NYC”, Resultó que AWAAM compartía a veces espacio de oficina con una asociación yemení-estadounidense en la cual Almontaser servía como miembro del consejo. Aunque la conexión parecía ir demasiado lejos, impulsó la línea de ataque que había buscado la coalición “Detened la madraza”.

Después de encontrar un camino para encajar el tema emocional del conflicto Israel-Palestina en una campaña previamente centrada en Nueva York, los opositores a la escuela obtuvieron una plataforma en el New York Post, propiedad de Murdoch, donde los periodistas Chuck Bennett y Jana Winter afirmaron que su camiseta era “aparentemente un llamado a un levantamiento al estilo de Gaza en la Gran Manzana”. Aunque Almontaser trató de explicar a los periodistas del Post que ella rechaza el terrorismo, la Liga contra la Difamación se sumó a la discusión en el momento oportuno. El portavoz de la ADL, Oren Segal dijo al Post: “La camiseta es un reflejo de un movimiento que elogia cada vez más la violencia contra los israelíes en lugar de rechazarla. Es inquietante.”

Antes de que lanzaran cohetes Qassam desde la escuela de Almontaser, su ex aliado el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, cedió a la creciente presión y amenazó con clausurar la escuela, provocando su renuncia. Un director judío que no habla árabe reemplazó a Almontaser, quien posteriormente demandó a la ciudad por infringir sus derechos a la libre expresión. En 2010, la Comisión de Igualdad de Oportunidad del Empleo dictaminó que el Departamento de Educación de Nueva York había “sucumbido ante los prejuicios mismos que debía disipar la creación de la escuela” al despedir a Almontaser e instó a que le pagaran 300.000 dólares en daños. La comisión también concluyó que el Post la había citado falsamente.

Aunque no logró impedir el establecimiento de la Academia Khalil Gibran, el creciente movimiento antimusulmán logró obligar a los dirigentes de la ciudad a ceder ante su voluntad, y después de aprender cómo hacerlo, procedieron a buscar objetivos de más relieve público. Como informó entonces el New York Times: “La lucha contra la escuela… fue sólo una temprana escaramuza en una lucha nacional más amplia.”

“Es una batalla que en realidad acaba de comenzar”, dijo Pipes al Times.

De la estafa al golpe publicitario

Pipes tenía toda la razón. A finales de 2009, los islamófobos volvieron a entrar en acción cuando la Iniciativa Córdoba, un grupo musulmán sin fines de lucro dirigido por Feisal Abdul Rauf, un imán sufí musulmán extremadamente moderado que viajaba regularmente al extranjero en representación de EE.UU. a pedido del Departamento de Estado, anunció que iba a construir un centro comunitario en el centro de la Ciudad de Nueva York. Con la ayuda de inversionistas, la Iniciativa Córdoba de Rauf compró un espacio a dos manzanas de la Zona Cero en Manhattan. El terreno debía contener un área de oraciones como parte de un gran centro comunitario abierto a todo el vecindario.

Nada de esto le importó a Pamela Geller. Gracias a la constante insistencia en su blog Atlas Shrugged, Geller convirtió los planes de construcción de Córdoba en un tema nacional que provocó fervientes llamados de los conservadores a proteger el “santo suelo” del 11-S contra el avance de la Sharía. (Carecía de importancia que la “mezquita” hubiera estado fuera de la vista de la Zona Cero y que el vecindario estuviera, de hecho, repleto de todo, desde clubes de striptease hasta restaurantes de comida chatarra.) El activismo de Geller contra la Casa Córdoba conquistó para la blogueadora a tiempo completo de 52 años la atención que aparentemente ansiaba, incluyendo una larga reseña en el New York Times y frecuentes spots en las noticias por cable, especialmente, claro está, en Fox News.

Los periodistas de los medios dominantes tendían a concentrarse en las extrañas proezas de Geller. Colocó un vídeo de sí misma chapoteando en un bikini mínimo en una playa de Fort Lauderdale, por ejemplo, mientras hablaba pestes sobre “izquierdistas tarados” e “Hizbulá nazi”. Su llamado a boicotear la Sopa Campbell porque la compañía ofrece halal –aprobado según la ley islámica (como la comida kosher bajo la ley judía)– las versiones de sus productos atrajeron mucha atención, como su promoción de un pasquín en el que afirma que el presidente Barack Obama es hijo ilegítimo de Malcolm X.

Geller nunca había ganado su sustento como periodista. Vivía de los millones de dólares obtenidos en un divorcio y el dinero del seguro de vida de su ex esposo que murió en 2008, un año antes de que lo imputaran por una presunta estafa de 1,3 millones de dólares de la que fue acusado por una concesionaria automovilística que poseía junto con Geller. Rica, independiente y con tiempo suficiente, Geller ciertamente demostró su capacidad cuando tuvo que ver con la explotación de su extraña condición de estrella mediática para incitar a la red política ya organizada de islamófobos a que intensificara su cruzada.

También se benefició de estrechas alianzas con destacados islamófobos europeos. Entre los aliados de Geller estaba Andrew Gravers, el activista danés que formó el grupo Detened la Islamización de Europa, y le dio la consigna inusualmente directa: “El racismo es la forma más baja de estupidez humana, pero la islamofobia es el colmo del sentido común”. El grupo de Gravers inspiró al de Geller, basado en EE.UU., Detened la Islamización de EE.UU., que formó con su amigo Robert Spencer, un pseudoerudito cuyos éxitos de venta, incluyen The Truth About Muhammad, Founder of the World’s Most Intolerant Religion [La verdad sobre Mahoma, fundador de la religión más intolerante del mundo], llevó al ex consejero del presidente Richard Nixon y activista musulmán Robert Crane a calificarlo de: “el principal dirigente… en el nuevo campo académico de la diatriba antimusulmana”. (Según el sitio en la red Politico, casi 1 millón de dólares en donaciones de Chernick se ha canalizado al grupo Jihad Watch de Spencer a través del Freedom Center de David Horowitz.

Fuente perfecta para personalidades políticas republicanas en busca de la próxima causa impactante su retórica se introdujo en los temas principales de Newt Gingrich y Sarah Palin mientras impulsaban la cruzada contra la Casa Córdoba hacia el centro de la atención nacional. Gingrich pronto comparó el centro comunitario con un letrero nazi junto al Museo Memorial del Holocausto, mientras Palin lo calificó de “puñalada en el corazón” de “la patria”. Mientras tanto, candidatos del Tea Party como el republicano Ilario Pantano, veterano de la guerra de Iraq que mató a dos civiles iraquíes desarmados disparándoles 60 veces –incluso se detuvo para recargar– convertían su oposición a la Casa Córdoba en el centro de sus campañas de mitad de período, realizadas a cientos de kilómetros de la Zona Cero.

La campaña de Geller contra “la mezquita en Zona Cero” obtuvo un apoyo inesperado y un barniz de legitimidad de dirigentes judíos establecidos como el director de la Liga contra la Difamación Abraham Foxman. “Sobrevivientes del Holocausto tienen derecho a sentimientos irracionales”, señaló al New York Times. Comparando los desconsolados familiares de las víctimas del 11-S con sobrevivientes del Holocausto, Foxman insistió: “Su angustia les da derecho a posiciones que otros considerarían irracionales o fanáticas”.

Poco después David Harris, director del Comité Judío Estadounidense (financiado por Chernick), exigió que los se obligara a los dirigentes de Córdoba a revelar sus “verdaderas actitudes” sobre grupos militantes palestinos antes de que se iniciara la construcción del centro. El rabino Marvin Hier del Centro Simon Wiesenthal de Los Angeles, otro importante grupo judío, insistió en que sería “inapropiado” que Córdoba se construyera cerca de “un cementerio”, aunque su organización había recibido poco antes permiso de la municipalidad de Jerusalén para construir un “museo de la tolerancia” que se llamará El Centro por la Dignidad Humana, directamente sobre el cementerio Mamilla, un camposanto musulmán que contenía miles de tumbas de hace 1.200 años.

Inspiración de Israel

Por la participación de personajes como Gravers se hizo evidente que la red islamófoba en EE.UU. representaba una expansión transatlántica del resentimiento que fermenta en Europa. Allí, la extrema derecha irrumpe victoriosamente en elecciones parlamentarias en todo el continente, en parte mediante la apelación a sentimientos antimusulmanes que fermentan entre votantes en comunidades rurales y de clase trabajadora. La dimensión de la colaboración entre islamófobos europeos y estadounidenses sólo ha seguido creciendo al presentarse Geller, Spencer, e incluso Gingrich junto al más destacado personero antimusulmán de Europa, el parlamentario holandés Geert Wilders, en un mitin contra la Casa Córdoba. Mientras tanto, Geller hacía declaraciones de apoyo a la Liga de Defensa Inglesa, una banda de neonazis con antiguas ideas y ex miembros del partido Nacional Británico sólo para blancos que intimidan a los musulmanes en las calles de ciudades como Birmingham y Londres.

Además, la cruzada islamofóbica transatlántica se ha extendido a Israel, un país que ha llegado a simbolizar la lucha de la red contra la amenaza musulmana. Como Geller dijo a Alan Feuer del New York Times, Israel es “un guía excelente porque, como dije, en la guerra entre el hombre civilizado y el salvaje, está de parte del hombre civilizado”.

Miembros de EDL [Liga de Defensa Inglesa] agitan regularmente banderas israelíes en sus manifestaciones, mientras Wilders afirma que formó sus puntos de vista sobre los musulmanes durante el tiempo en el que trabajó en una granja cooperativa israelí en los años ochenta. Ha visitado el país, dice, más de 40 veces desde entonces para reunirse con aliados políticos derechistas como Aryeh Eldad, miembro de la Knéset [parlamento] israelí y líder de la facción Hatikvah de extrema derecha del Partido Unión Nacional. Ha llamado a que “transfieran” por la fuerza a Jordania y Egipto a los palestinos que viven en Israel y en Cisjordania ocupada. El 5 de diciembre, por ejemplo, Wilders viajó a Israel para una reunión “amistosa” con el ministro de Exteriores Avigdor Lieberman, y luego declaró en una conferencia de prensa que Israel debiera anexar Cisjordania y establecer un Estado palestino en Jordania.

En el apocalíptico choque de civilizaciones que la red global antimusulmana ha tratado de incitar, ínfimos asentamientos judíos como Yitzar, ubicados en las montañas sobre la ciudad palestina ocupada de Nablús, representan fortalezas de primera línea. Dentro de la yeshiva de Yitzar, financiada por el Estado, un rabino llamado Yitzhak Shapira ha instruido a los estudiantes en las reglas que deben aplicarse cuando se considera matar a los no judíos. Shapira resumió sus opiniones en un libro ampliamente publicitado, Torat HaMelech, o “La torá del Rey”. Mientras afirma que los no judíos son “inmisericordes por naturaleza”, Shapira cita textos rabínicos para declarar que habría que matar a los gentiles para “poner fin a sus inclinaciones malignas”. “Existe justificación”, proclama el rabino, “para matar bebés si es obvio que crecerán para dañarnos, y en una situación semejante pueden ser dañados deliberadamente, y no sólo durante el combate con adultos”.

En 2006, el rabino fue brevemente retenido por la policía israelí por instar a sus seguidores a que asesinaran a todos los palestinos de más de 13 años. Dos años después, según el periódico israelí Haaretz, firmó una carta rabínica en apoyo a judíos israelíes que asaltaron brutalmente a dos jóvenes árabes en el Día del Recuerdo del Holocausto de Israel. Ese mismo año, Shapira fue arrestado como sospechoso de ayudar a orquestar un ataque con cohetes contra una aldea palestina cerca de Nablús.

Aunque no fue imputado, su nombre apareció de nuevo en conexión con otro acto de terror cuando, en enero de 2010, la policía israelí allanó su asentamiento en busca de los vándalos que habían incendiado una mezquita cercana. Uno de los seguidores de Shapira, el inmigrante estadounidense Jack Teitel, confesó el asesinato de dos palestinos inocentes y el intento de matar al historiador liberal israelí Ze'ev Sternhell con una carta bomba.

¿Qué tiene que ver todo esto con las campañas islamofóbicas en EE.UU.? Mucho, en realidad. Mediante organizaciones de Nueva York sin fines de lucro y libres de impuestos como el Fondo Central de Israel y Ateret Cohenim, por ejemplo, el omnipresente Aubrey Chernick ha enviado decenas de miles de dólares para apoyar el asentamiento Yitzar, así como a los colonos mesiánicos dedicados a “judaizar” Jerusalén Este. La principal revista noticiosa del movimiento de asentamientos, Arutz Sheva”, ha publicado a Geller como columnista. Un amigo de Geller, Beth Gilinsky, activista derechista de un grupo llamado Coalición para Honrar la Zona Cero y fundador de la Alianza de Acción Judía (dirigida al parecer desde la oficina de una inmobiliaria de Manhattan), organizó una gran manifestación en la Ciudad de Nueva York en abril de 2010 para protestar contra el llamado del gobierno de Obama a congelar los asentamientos.

Entre los mayores receptores de fondos de Chernick se encuentra un grupo supuestamente “apolítico” llamado Aish Hatorah que pretende educar judíos sobre su patrimonio. Basado en Nueva York y activo en los pantanos febriles de asentamientos en el norte de Cisjordania cerca de Yitzar, Aish Hatorah comparte una dirección y el personal con una tenebrosa organización extranjera sin fines de lucro llamada Fondo Clarion. Durante la campaña electoral de 2008 en EE.UU., el Fondo Clarion distribuyó 28 millones de DVD de una película de propaganda llamada Obsession como insertos en periódicos a residentes de Estados indecisos en todo el país. La cinta presenta un quién es quién de activistas antimusulmanes, incluyendo a Walid Shoebat, un autoproclamado “ex terrorista de la OLP”. Entre las declaraciones más impresionantes de Shoebat: “Un dogma secular como el nazismo es menos peligroso que el islamofascismo actual”. En una reunión cristiana en 2007, el “ex terrorista islámico” dijo a la multitud que el Islam es un “culto satánico” y que él volvió a nacer como cristiano evangélico. En 2008, sin embargo, el Jerusalem Post, un periódico de tendencia derechista, lo denunció como un estafador cuyas afirmaciones sobre el terrorismo eran ficticias.

Los grupos islamofóbicos registraron sólo un impacto mínimo durante la campaña electoral de 2008. Dos años después, sin embargo, una vez que los republicanos recuperaron el control de la Cámara de Representantes en las elecciones de mitad de período, la red parece haber llegado a la masa crítica. Por cierto, el factor decisivo en la elección fue la economía, y es probable que dentro de dos años los estadounidenses vuelvan a votar con sus monederos. Pero el hecho de que la construcción de un solo centro comunitario islámico o la amenaza imaginaria de la Sharía hayan llegado a convertirse en temas refleja la influencia de una pequeña banda de activistas de orientación local, y que cuando un cierto candidato presidencial que ya ha sido satanizado como criptomusulmán se presente a la reelección, los islamófobos más estridentes del país puedan volver a encontrar una plataforma nacional dentro de la atmósfera frenética de la campaña.

A estas alturas, la cruzada islamofóbica ha llegado más allá de los activistas de derecha favorables a Israel, ciber-fanáticos, y ambiciosos charlatanes que la concibieron. Ahora pertenece a los principales candidatos presidenciales republicanos, a los presentadores más populares de la televisión y a la masa de activistas de Tea Party. Mientras se propaga el fervor, los cruzados se regodean en la gloria de lo que han logrado. “No escogí este momento”, reflexionó Geller ante el New York Times, “este momento me escogió a mí”.

Max Blumenthal es un periodista galardonado cuya obra ha aparecido en el New York Times, Los Angeles Times, Daily Beast, Nation, Huffington Post, Independent Film Channel, Salon.com, Al Jazeera English, y otras publicaciones. Es socio escritor del Nation Institude, y autor del éxito de ventas Republican Gomorrah: Inside the Movement That Shattered the Party (Nation Books).

Copyright 2010 Max Blumenthal

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Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175334/

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