RENUNCIO EL MINISTRO DE DEFENSA SURCOREANO Y EE.UU. ANUNCIA MANIOBRAS EN LA FRONTERA
Después del tiroteo del martes entre las dos Coreas, Seúl anunció que reforzará su presencia militar en la frontera, mientras que Pyongyang acusó a Estados Unidos de ser responsable de la escalada de tensión en la península coreana.
Corea del Sur dejó de lado el plan vigente para reducir el número de tropas de la Marina en el mar Amarillo y decidió incrementar su potencia militar en la zona, en tanto que su vecino del Norte dijo estar listo para responder militarmente a eventuales provocaciones.
Además, el gobierno comunista acusó a Estados Unidos de ser responsable de la escalada de tensión que sufre la península coreana, debido a las maniobras militares que desarrolla en la región. “El mar Occidental (mar Amarillo) se convirtió en un polvorín, donde persiste el riesgo de enfrentamientos entre el Norte y el Sur sólo porque Estados Unidos trazó unilateralmente una línea ilegal de demarcación entre ambos países”, dijo un responsable militar norcoreano, según la agencia de noticias norcoreana KCNA.
“Desencadenaremos una segunda y también una tercera serie de ataques sin hesitar si el belicismo de Corea del Sur realiza desconsideradas provocaciones militares”, afirmó el comunicado del gobierno comunista. A su vez, la presidencia surcoreana informó que su cambio de estrategia militar fue acordado en la reunión de emergencia que dirigió al presidente, Lee Myung Bak. Seúl “decidió aumentar netamente las tropas de tierra en cinco islas del mar Amarillo”, al norte de Corea del Sur, declaró ayer el secretario para Asuntos Públicos de la presidencia surcoreana, Hong Sang Pyo.
El anuncio fue hecho luego de que el ministro de Defensa surcoreano, Kim Tae Young, presentara su renuncia envuelto en una ola de críticas a la respuesta que dio el país tras el bombardeo. “El presidente Lee decidió aceptar la dimisión del ministro de Defensa, Kim Tae Young”, declaró el jefe de gabinete de la presidencia, Yim Tae Hee, en un breve encuentro con la prensa.
En tanto, la agencia de noticias surcoreana Yonhap informó que un centenar de vecinos de la bombardeada isla de Yeongpyeong se prestaban a reconstruir las viviendas destruidas. Cuatro fueron las personas que murieron en el bombardeo del martes, luego de que Pyongyang advirtiera a los surcoreanos para que pongan fin a los ejercicios militares. En total son 22 los edificios –la mayoría viviendas– dañados o destruidos, además de existir problemas en el suministro eléctrico.
China, por su parte, rechazó ayer “cualquier forma de provocación militar” en la península coreana y llamó a todas las partes a la máxima moderación. “Bajo las actuales graves y complejas circunstancias, todas las partes implicadas deberían adoptar máxima moderación y la comunidad internacional debería realizar mayores esfuerzos a fin de aliviar la tensión”, sostuvo el primer ministro chino, Wen Xiabao.
Mientras tanto, la isla de Yeonpyeong comenzó ayer a recuperar la normalidad con la llegada del primer ferry desde la península, aunque aún es un trasiego de bomberos, militares y vecinos que intentan recuperar lo que quedó a salvo de los obuses norcoreanos. Yeonpyeong se encuentra en el mar Amarillo, a 80 kilómetros de Incheon, su principal nexo con Corea del Sur, y a sólo 13 kilómetros de Corea del Norte, cuyos cañones, ocultos en los riscos que se otean con binoculares en el horizonte, arrasaron parte de la isla el martes.
Un cariacontecido Park Sung-ik, de 45 años, recordó que el día que comenzaron a caer los obuses norcoreanos se encontraba en el muelle, lo que le salvó de ser uno de los cuatro muertos y decenas de heridos, o pasar la noche en los bunkers, con frío y a oscuras. La mayoría de los habitantes de Yeonpyeong, que viven esencialmente de la pesca, fueron evacuados tras el ataque y algunos regresaron hoy con el semblante serio a ver sus modestas propiedades en los dos primeros barcos comerciales que salieron de Incheon.
Entre los refugiados de Yeonpyeong había matrimonios con grandes maletas, niños de corta edad e incluso una anciana de 90 años que ya vivió la guerra de Corea (1950-1953), un cruento enfrentamiento que dejó a dos países enemistados. En la isla residen unos 1700 habitantes y varios cientos de militares que hacen guardia y cuya presencia hoy era más patente que nunca, con un tránsito constante de marines, soldados, helicópteros de combate, policías, bomberos y técnicos de telefonía y electricidad.
Yeonpyeong se ha convertido en lo más parecido a una zona de guerra, con coches boca abajo por la potencia de las explosiones, casas totalmente calcinadas y la gran mayoría de inmuebles con marcas de metralla y cristales rotos. La proximidad a Corea del Norte, que reclama la soberanía sobre la isla y tiene carteles propagandísticos justo enfrente, hace que el pueblo está lleno de bunkers subterráneos muy cerca de las casas y los huertos de la localidad.
Pese a que se ha restablecido parte del suministro eléctrico, los rastros del combate permanecen inalterados y ni siquiera se han barrido los cristales de las calles, ni se han retirado los coches destrozados por las esquirlas de metal que los atravesaron. Aunque algunos habitantes han permanecido allí desde el ataque, los barcos no salen a faenar, por lo que Park teme que éste sea el comienzo de un período de penurias para las familias que viven en Yeonpyeong.
Park no para de hacer fotos de la casa de su amigo, que ha quedado totalmente calcinada, suerte similar a la que ha corrido el inmueble de su madre, “totalmente destrozado”. Lo único que da por salvado son las cuatro paredes en las que vive este obrero de la construcción, que ahora teme el inicio de las maniobras conjuntas entre Corea del Sur y EE.UU. en las aguas del mar Amarillo, que contaron con la participación de un portaaviones nuclear estadounidense.
El pueblo de Yeonpyeong es un conjunto de casas bajas en la ladera occidental de la isla, coronada por una colina desde la que la artillería surcoreana respondió al ataque del martes, y cuyos habitantes corrieron despavoridos a los refugios subterráneos y hacia el muelle.
Cientos de personas tuvieron que pasar la noche invernal en refugios sin luz, acompañados sólo por mantas y algún que otro calentador, muchos de los cuales seguían hoy dentro de esos espacios de tres por cinco metros, todavía con restos de tallarines instantáneos y botellas de agua.
La joven Hwan Ah-ra ha viajado con sus padres para saber qué pasó con su casa tras el bombardeo, pues huyó cuando comenzó y hasta ayer no habían tenido la oportunidad de regresar.
A eso de las 14.30, cuando se oyeron las primeras explosiones, su madre estaba preparando kimchi, verdura fermentada y plato nacional coreano. Pensaron que el ruido provenía de las maniobras de la Marina surcoreana en las cercanías, con participación de unos 70 mil soldados, según explicaron.
Seo Kyung-won, capitán de un pesquero de 32 años, muestra el video que grabó con su teléfono móvil del momento de la primera tanda de bombas, mientras temblaba el suelo a sus pies y se escuchaban detonaciones que le hicieron ponerse a cubierto. Park recuerda que muchos de los que abandonaron la isla de Yeonpyeong tendrán que vivir en casas de familiares o en moteles, mientras se lamenta de “cómo las decisiones de unos cuantos afectan tanto a la vida de la gente”.
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