A propósito del premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2007 concedido al Yad Vashem
Amira Hass
MUNDO ARABE.ORG 16/09/2007
El cinismo inherente en la actitud de las instituciones del Estado judío ante los supervivientes del Holocausto no es una revelación para los que nacieron y viven entre ellos. Crecimos con el abismo entre la presentación del Estado de Israel como el lugar del renacimiento del pueblo judío y el vacío que existe para cada superviviente del Holocausto y su familia. La “rehabilitación” personal dependía de las circunstancias de cada persona: las más fuertes contra las otras: las que no tuvieron el apoyo de las instituciones del Estado. Durante los años cincuenta y sesenta vimos la degradante presentación de nuestros padres como habiendo ido “como ovejas al matadero,” la vergüenza de los nuevos judíos, los sabras, por sus desafortunados parientes de la diáspora.
Podrá argumentarse que durante las primeras dos décadas, gran parte de esta actitud pudo ser atribuida a la falta de información y a la ausencia muy humana de la capacidad de concebir todo el significado del genocidio industrializado perpetrado por Alemania. Pero la percepción de los aspectos materiales del Holocausto comenzó muy temprano, cuando las instituciones judías y sionistas comenzaron, a comienzos de los años cuarenta, a discutir la posibilidad de exigir reparaciones. En 1952, se firmó el acuerdo de reparaciones con Alemania, por el cual dicho país aceptó pagar cientos de millones de dólares a Israel para cubrir los costes de absorción de los supervivientes y de su rehabilitación. El acuerdo obligó a Alemania a compensar también individualmente a los supervivientes, pero la ley alemana diferenció entre los que pertenecían al “círculo de la cultura alemana” y otros. Los que pudieron probar una conexión con el círculo superior recibieron sumas más elevadas, incluso si habían emigrado a tiempo de Alemania. Los supervivientes de los campos de concentración de fuera del “círculo” recibieron la ridícula suma de 5 marcos por día. Los representantes israelíes se tragaron esa aberración.
Esto forma parte de las raíces del cinismo financiero al que son expuestos los medios actualmente, debido a diferentes razones: la edad avanzada y la salud en disminución de los supervivientes, el debilitamiento intencional del Estado de bienestar, la presencia de supervivientes de la antigua Unión Soviética que no están incluidos en el acuerdo de reparaciones, el activismo en los medios de organizaciones de asistencia no gubernamentales y la bienvenida participación de periodistas de asuntos sociales.
Se sienten espantados por la brecha entre la apropiación oficial del Holocausto, que es percibida en Israel como comprendida y justificada, y el abandono de los supervivientes.
El que se convierta el Holocausto en un instrumento político sirve a Israel primordialmente para su lucha contra los palestinos. Con el Holocausto a un lado de la balanza, junto con la culpable (y es correcto que así sea) conciencia de Occidente, el desposeimiento de los palestinos de su patria en 1948 es minimizado y desdibujado.
La frase “seguridad para los judíos” ha sido consagrada como un sinónimo exclusivo para “las lecciones del Holocausto.” Es lo que permite que Israel discrimine sistemáticamente a sus ciudadanos árabes. Durante 40 años, la “seguridad” ha justificado el control de Cisjordania y Gaza y de individuos que han sido desposeídos de sus derechos y que viven junto a los residentes judíos, ciudadanos israelíes repletos de privilegios.
La seguridad sirve para crear un régimen de separación y de discriminación sobre una base étnica, de estilo israelí, bajo el auspicio de “conversaciones de paz” que duran una eternidad. La conversión del Holocausto en un instrumento permite que Israel presente todos los métodos de la lucha palestina (incluso los sin armas) como otro vínculo en la cadena antisemita cuya culminación es Auschwitz. Israel se otorga la licencia de inventar más tipos de cercas, muros y torres de vigilancia militar alrededor de los enclaves palestinos.
El aislamiento del genocidio del pueblo judío del contexto histórico del nazismo y de sus objetivos de asesinato y subyugación, y su separación de la serie de genocidios perpetrados por el hombre blanco fuera de Europa, ha creado una jerarquía de las víctimas, a la punta de la cual estamos nosotros. Los investigadores del Holocausto y del antisemitismo andan a tientas a la busca de palabras cuando en Hebron el Estado realiza la limpieza étnica a través de sus emisarios, los colonos, e ignora a los enclaves y el régimen de separación que está estableciendo. Quienquiera critique las políticas de Israel hacia los palestinos es denunciado como antisemita, si no como un negador del Holocausto. De modo absurdo, la deslegitimación de toda crítica de Israel sólo hace que sea más difícil refutar las fútiles ecuaciones que se hacen entre la máquina nazi de asesinato y el régimen israelí de discriminación y ocupación.
El abandono institucional de los supervivientes es justamente denunciado en general. La transformación del Holocausto en un instrumento político para su uso en la lucha contra los palestinos se alimenta de los mismos arsenales de cinismo oficial, pero forma parte del consenso.
Amira Hass es periodista israelí, escribe para el diario Haaretz. Es autora de “Drinking the Sea at Gaza.”
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