Hace algo más de dos años Túnez vivió un levantamiento popular en la región minera de Gafsa. Durante cuatro meses la policía reprimió de manera sangrienta y con total impunidad una revuelta ocultada y silenciada por la prensa occidental. En el país las cosas no fueron muy diferentes, el ministerio de Propaganda controlaba y censuraba todos los medios de comunicación. Fahem Boukadous, un periodista que trabajaba para una televisión vía satélite, fue condenado a cuatro años de cárcel acusado de “asociación criminal” y de difundir información que atentaba contra el orden público.
La prensa libre nunca existió en Túnez. Hasta ahora.
Un día después de la cobarde huida del dictador Zine El Abidine Ben Alí la Asociación de Periodistas de Túnez convocó una asamblea para decidir el futuro de la profesión. El veterano Baouri lo explicó así: “Sólo nos queda ser libres. Si ahora no lo hacemos, si ahora no vencemos el miedo y asumimos la responsabilidad de informar, la revolución morirá”. En la misma línea se expresó Abdrauf Bahi: “Ahora nos toca a nosotros. Debemos acabar esta revolución. El pueblo nos ha dado una responsabilidad histórica y le debemos la información que necesita. Nadie debe volver a decirnos sobre qué escribir”. Bahi propuso además ocupar los medios propiedad de la familia Ben Alí y socializarlos.
La prensa local ha estado ausente de la revuelta. Al Yazira ha sido la cadena más vista y Facebook el gran medio de comunicación alternativo. Los medios de comunicación tunecinos se han desacreditado aún más, si eso era posible, durante estos días. Mientras el pueblo armado con banderas y consignas se batía en las calles contra las balas de la dictadura, la televisión del Estado emitía fútbol o documentales sobre pesca y animales.
El martes el principal periódico del país, el boletín del régimen, La Presse, defensor de la dictadura hasta la asfixia [1], publicaba un editorial que bajo el título de “La hora de la verdad” lamentaban los años en que los periodistas habían estado “afectados por un balbuceo teñido de alusiones de sumisión a los patrocinadores de la censura sistemática, la desinformación, el optimismo petulante...”. Pero ahora que, “de pronto, el país se sobresalta, se despierta, se levanta, reivindica su derecho a la supervivencia. En concreto: ¡su derecho a la dignidad!”, tanto la redacción como los servicios administrativos y técnicos de La Presse decidieron en asamblea “poner en práctica la libertad de prensa a fin de romper la conspiración de silencio, para salvar la vida de nuestros jóvenes y la dignidad de nuestro pueblo, para que podamos completar el ejercicio de nuestra profesión, nuestro deber con las exigencias de nuestro cometido: la búsqueda de la verdad, la objetividad en el enfoque periodístico, la libertad de expresión y el respeto absoluto a la ética profesional”.
Para ello, los trabajadores de La Presse y Assahafa (otro periódico del mismo grupo editorial) decidieron por unanimidad, con los medios con los que pudieran contar y a la espera de nombrar a un nuevo equipo directivo, erigirse en “periodistas libres dedicados a esta emergencia [nacional]: dar cuenta de la inquietud social, política y cultural que ocupa a todo el país y a todos sus integrantes. Es éste un servicio periodístico en beneficio de nuestra sociedad, estamos decididos a garantizar sus experiencias, aspiraciones e inquietudes junto a todas sus demandas reales. Vamos a defenderlo dentro del estricto respeto a la libertad de elección y a la diversidad de todas las sensibilidades políticas y culturales”.
La libertad de prensa, hasta hace unos días desconocida e impensable en el país, ha sido concebida gracias a la integridad y la capacidad de lucha de todo un pueblo. No ha hecho falta el dictamen de las instituciones, pues la voluntad revolucionaria gobierna en las calles. Es sólo un paso más en el camino hacia la verdadera democracia que ha decidido iniciar el nuevo Túnez.
Nota:
[1] Durante años La Presse destinó, todos y cada uno de los días, un espacio de su portada a exaltar al tirano. Tan perenne como la cabecera del diario era la sempiterna foto de Ben Alí y su crónica donde se relataba su última inauguración, visita, discurso, recepción, valoración, propuesta... El archivo gráfico del periódico debe de estar rebosante de millones de instantáneas inéditas del dictador. Ahora, ni al peso hay quien las quiera.
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