sábado, 11 de diciembre de 2010

La decadencia y caída del Imperio Estadounidense

Cuatro perspectivas para el fin del Siglo Estadounidense antes del año 2025


Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.


Introducción del editor de Tom Dispatch

En el intento de minimizar la importancia de la actual filtración de Wikileaks de más de 250.000 documentos del Departamento de Estado, el secretario de defensa Robert Gates brindó recientemente el siguiente bocado de sabiduría típica de Washington: “El hecho es que los gobiernos tratan con EE.UU. porque les interesa, no porque les gustemos, no porque confíen en nosotros, y no porque crean que podemos guardar secretos… Algunos gobiernos tratan con nosotros porque nos temen, algunos porque nos respetan, la mayoría porque nos necesita. Todavía somos esencialmente, como se ha dicho antes, la nación indispensable.”

Ahora bien, ese tipo de sabiduría ciertamente suena sobria; es, en definitiva, lo que pasa por realismo geopolítico práctico en la capital de nuestra nación; y es verdad, Gates no es el primer alto responsable estadounidense que califica a EE.UU. de “la nación indispensable”; no dudo de que él y muchos otros protagonistas en la capital están convencidos de que somos globalmente indispensables. El problema es que las noticias debilitan, casi cada semana que pasa, su versión realista haciendo que parezca aún más fantasmagórica. La capacidad de Wikileaks, una pequeñísima organización de activistas, para burlarse de la superpotencia global, haciendo brillar repetidamente un foco de luz sobre la penumbra del secreto bajo el que a nuestra elite política y militar le gusta conducir sus asuntos, tampoco ha ayudado. Si nuestra condición de indispensables no se ha cuestionado, todavía, en Washington, lo que pasa en otras partes del planeta es otra cosa.

La pátina, otrora brillante, del “alguacil global” ha perdido su resplandor, y en Dodge City cada vez hay menos gente que presta el tipo de atención que Washington cree que merece. A mi juicio, el comentario más inteligente sobre el último escándalo de Wikileaks viene de Simon Jenkins del Guardian británico quien, al considerar las diversas revelaciones (por no hablar de los numerosos rumores globales), resumió la situación como sigue: “El derroche de dinero es asombroso. Los pagos de ayuda [estadounidenses] nunca se controlan, nunca se auditan, nunca se evalúan. La impresión es que la superpotencia mundial deambula inerme por un mundo en el cual nadie se comporta como debe. Irán, Rusia, Pakistán, Afganistán, Yemen, las Naciones Unidas, todos están perpetuamente fuera de guión. Washington reacciona como un oso herido en sus instintos imperiales, pero su proyección del poder es improductiva.”

A veces, para comprender precisamente dónde estamos actualmente, ayuda mirar hacia el pasado –en este caso, hacia lo que sucedió con anteriores poderes imperiales “indispensables”-; a veces no es menos útil mirar hacia el futuro. En su último artículo en TomDispatch, Alfred W. McCoy, autor hace poco de Policing America’s Empire: The United States, the Philippines, and the Rise of the Surveillance State, hace las dos cosas. Después de congregar a un grupo de trabajo global de 140 historiadores para considerar la suerte de EE.UU. como potencia imperial, nos ofrece un vistazo de cuatro posibles futuros (próximos). Producen una mirada monumental, incluso indispensable, de la rapidez con la cual es probable que nuestra indispensabilidad se disipe en los próximos años. Tom

La decadencia y caída del Imperio Estadounidense

Cuatro perspectivas para el fin del Siglo Estadounidense antes del año 2025

Alfred W. McCoy

¿Un aterrizaje suave de EE.UU. dentro de 40 años? No apuestes por ello. La defunción de EE.UU. como superpotencia global podría sobrevenir mucho antes de lo que cualquiera imagina. Si Washington sueña con que 2040 o 2050 sea el fin del Siglo Estadounidense, una evaluación más realista de las tendencias interiores y globales sugiere que en 2025, dentro de sólo 15 años, todo puede haber terminado, con la excepción del griterío.

A pesar del aura de omnipotencia proyectada por la mayoría de los imperios, una mirada a su historia debería recordarnos que son organismos frágiles. Tan delicada es su ecología del poder que, cuando las cosas comienzan a ir verdaderamente mal, los imperios regularmente se deshacen a una velocidad infame: sólo un año en el caso de Portugal, dos años la Unión Soviética, ocho años Francia, 11 años en el caso de los otomanos, 17 años para Gran Bretaña, y es muy probable que sean 22 años para EE.UU., a contar desde el crucial año 2003.

Es probable que futuros historiadores identifiquen la incauta invasión de Iraq de Bush en ese año como el comienzo de la caída de EE.UU. Sin embargo, en lugar del derramamiento de sangre que marcó el fin de tantos imperios del pasado, con el incendio de ciudades y la matanza de civiles, este colapso imperial del Siglo XXI, podría tener lugar de un modo relativamente tranquilo mediante los tentáculos invisibles del colapso económico o la ciberguerra.

Pero no cabe duda: cuando finalmente acabe la dominación global de Washington, habrá dolorosos recuerdos cotidianos de lo que una pérdida de poder significa para los estadounidenses de todas las condiciones sociales. Como ha descubierto una media docena de naciones europeas, la decadencia imperial tiende a tener un impacto notablemente desmoralizador sobre una sociedad, y causa regularmente por lo menos una generación de privación económica. Al enfriarse la economía, las temperaturas políticas aumentan, y provocan a menudo un serio malestar interior.

Los datos económicos, educacionales y militares disponibles indican que, en lo que tiene que ver con el poder global de EE.UU., las tendencias negativas se sumarán rápidamente antes del año 2020 y es probable que alcancen una masa crítica como muy tarde en 2030. El Siglo Estadounidense, proclamado de modo tan triunfante al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, estará hecho jirones y desvaneciéndose antes de 2025, su octavo decenio, y podría ser historia antes del año 2030.

Significativamente, en 2008, el Consejo Nacional de Inteligencia de EE.UU. admitió por primera vez que el poder global de EE.UU. estaba ciertamente en una trayectoria descendiente. En uno de sus periódicos informes futuristas, Tendencias Globales 2025, el Consejo citó “la transferencia de riqueza y de poder económico globales que tiene lugar, a grandes rasgos, de Occidente a Oriente” y “sin precedentes en la historia moderna”, como factor primordial en la decadencia de la “fuerza relativa de EE.UU. – incluso en el campo militar.” Como muchos en Washington, sin embargo, los analistas del Consejo previeron un aterrizaje prolongado, muy suave, de la preeminencia global estadounidense, y albergaban la esperanza de que de alguna manera “retendría capacidades militares singulares”… durante mucho tiempo… “para proyectar poder militar globalmente” durante décadas.

¡Qué va! Según las proyecciones actuales, EE.UU. se encontrará en segundo lugar después de China (que ya es la segunda economía del mundo por su tamaño) en la producción económica hacia 2026, y detrás de India en 2050. De la misma manera, la innovación china se desplaza hacia el liderazgo mundial en ciencias aplicadas y en tecnología militar en algún momento entre los años 2020 y 2030, cuando se jubile el actual suministro de brillantes científicos e ingenieros de EE.UU., sin un reemplazo adecuado por una generación más joven sin la formación adecuada.

Al llegar 2020, según los planes actuales, el Pentágono hará un intento militar desesperado a favor de un imperio moribundo. Lanzará una triple bóveda letal de robots aeroespaciales avanzados que representa la última esperanza de Washington de retener el poder global a pesar de su decreciente influencia económica. Antes de ese año, sin embargo, la red global de satélites de comunicaciones de China, respaldada por los superordenadores más poderosos del mundo, también estará en pleno funcionamiento, suministrando a Pekín una plataforma independiente para la militarización del espacio y un poderoso sistema de comunicaciones para ataques de misiles o cibernéticos en cualquier cuadrante del globo.

Envuelta en arrogancia imperial, como Whitehall o el Quai d'Orsay antes de ella, la Casa Blanca todavía parece imaginar que la decadencia de EE.UU. será gradual, suave y parcial. En su discurso sobre el Estado de la Unión de enero pasado, el presidente Obama expresó las palabras tranquilizantes de que “yo no acepto un segundo lugar para EE.UU.” Pocos días después, el vicepresidente Biden ridiculizó la idea misma de que “estamos destinados a hacer realidad la profecía de [el historiador Paul] Kennedy de que vamos a ser una gran nación que ha fracasado porque perdimos el control de nuestra economía y nos extendimos demasiado”. De la misma manera, en la edición de noviembre de la revista del establishment Foreign Affairs, el gurú neoliberal de la política exterior Joseph Nye descartó hablar del ascenso económico y militar de China, desechando “metáforas engañosas de decadencia orgánica” y negando que haya algún deterioro del poder global de EE.UU.

Los estadounidenses de a pie, que ven que sus puestos de trabajo parten al extranjero, tienen una visión más realista que sus dirigentes mimados. Un sondeo de opinión en agosto de 2010 estableció que un 65% de los estadounidenses cree que el país se encuentra ahora “en un estado de decadencia”. Australia y Turquía, aliados militares tradicionales de EE.UU., ya utilizan sus armas hechas en EE.UU. para maniobras aéreas y navales conjuntas con China. Los socios económicos más cercanos de EE.UU. ya se apartan de la oposición de Washington a los tipos de cambio manipulados por China. Mientras el presidente volvía de su tour asiático el mes pasado, un titular pesimista del New York Times resumió el momento como sigue: “La visión económica de Obama se rechaza en la escena mundial; China, Gran Bretaña y Alemania cuestionan a EE.UU.; Las conversaciones comerciales con Seúl también fracasan.”

Vista históricamente, la cuestión no es si EE.UU. perderá su poder global indiscutible, sino cuánto de precipitada y desgarradora tendrá la decadencia. En lugar de las ilusiones de Washington, utilicemos la propia metodología futurista del Consejo Nacional de Inteligencia para sugerir cuatro perspectivas realistas de cómo, estrepitosamente o con un quejido, el poder global de EE.UU. podría llegar a su fin en los años veinte de este siglo (junto con cuatro evaluaciones adjuntas sobre dónde nos encontramos actualmente). Las perspectivas futuras incluyen: decadencia económica, crisis del petróleo, desventura militar y la Tercera Guerra Mundial. Aunque difícilmente son las únicas posibilidades cuando se trata de la decadencia o incluso del colapso de EE.UU., abren una ventana sobre un futuro que se aproxima rápidamente.

Decadencia económica: Situación actual

Actualmente existen tres amenazas principales a la posición dominante de EE.UU. en la economía global: la pérdida de influencia económica debido a la disminución de su parte en el comercio mundial, la decadencia de la innovación tecnológica estadounidense y el fin del estatus privilegiado del dólar como moneda mundial de reserva.

En 2008, EE.UU. ya había caído al tercer puesto en las exportaciones globales de mercaderías, con sólo un 11% en comparación con un 12% de China y un 16% de la Unión Europea. No hay motivos para creer que esa tendencia se revierta.

De la misma manera desaparece el liderazgo estadounidense en la innovación tecnológica. En 2008, EE.UU. ocupaba todavía el segundo lugar después de Japón en las solicitudes mundiales de patentes con 232.000, pero China se aproximaba rápidamente con 195.000, gracias a un fulgurante aumento del 400% desde el año 2000. Un presagio de más decadencia: en 2009 EE.UU. llegó al punto más bajo entre 40 naciones estudiadas por la Fundación de Tecnología & Innovación de la Información en cuanto al “cambio” en la “competitividad global basada en la innovación” durante la década anterior. Agregando sustancia a esas estadísticas, el Ministerio de Defensa de China presentó en octubre el superordenador más rápido del mundo, el Tianhe-1A, tan poderoso, dijo un experto estadounidense, que “liquida a la máquina Nº 1” existente en EE.UU.

Hay que agregar a esta clara evidencia que el sistema educacional de EE.UU., esa fuente de futuros científicos e innovadores, se está quedando atrás con respecto a sus competidores. Después de ser líderes mundiales durante décadas en personas de entre 25 y 34 años con títulos universitarios, el país bajó al puesto número 12 en 2010. El Foro Económico Mundial ubicó a EE.UU. en el mediocre puesto 52 entre 139 naciones en la calidad de su instrucción universitaria en matemáticas y ciencias en 2010. Casi la mitad de los estudiantes graduados en ciencias en EE.UU. son ahora extranjeros, que en su mayoría volverán a casa, sin quedarse aquí como hubiera sido el caso en otros tiempos. En 2025, en otras palabras, es probable que EE.UU. enfrente una escasez crítica de científicos de talento.

Tendencias negativas semejantes alientan una crítica cada vez más fuerte del papel del dólar como moneda de reserva mundial. “Otros países ya no están dispuestos a aceptar la idea de que EE.UU. sepa lo que es mejor en política económica”, señaló Kenneth S. Rogoff, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional. A mediados de 2009, cuando los bancos centrales del mundo poseían astronómicos 4 billones [millones de millones] de dólares en valores del Tesoro de EE.UU., el presidente ruso Dimitri Medvedev insistió en que era hora de acabar con “el sistema unipolar artificialmente mantenido” basado en “una moneda de reserva que en otros tiempos solía ser fuerte”.

Al mismo tiempo, el gobernador del banco central de China sugirió que el futuro podría ser una moneda global de reserva “desconectada de naciones individuales” (es decir del dólar estadounidense). Son indicadores de un mundo que viene y de un posible intento, como ha argumentado el economista Michael Hudson, “de acelerar la bancarrota del orden mundial financiero-militar estadounidense”.

Decadencia económica: Perspectiva 2020

En 2020, como se esperaba desde hace tiempo después de años de crecientes déficit nutridos por incesantes guerras en tierras distantes, el dólar estadounidense termina por perder su estatus especial como moneda de reserva del mundo. Repentinamente, el coste de las importaciones se dispara. Incapaz de pagar los crecientes déficit mediante la venta en el extranjero de valores devaluados del Tesoro, Washington acaba viéndose obligado a reducir su inflado presupuesto militar. Bajo presión dentro y fuera del país, Washington retira lentamente las fuerzas estadounidenses de cientos de bases en ultramar a un perímetro continental. Pero ahora, sin embargo, ya es demasiado tarde.

Enfrentadas a una superpotencia decadente incapaz de pagar sus cuentas, China, India, Irán, Rusia, y otras potencias, grandes y regionales, cuestionan provocativamente el dominio de EE.UU. sobre los océanos, el espacio y el ciberespacio. Mientras tanto, en medio de precios en alza, un desempleo que aumenta continuamente y una disminución continua de los salarios reales, las divisiones interiores aumentan hasta convertirse en choques violentos y debates divisivos, a menudo por temas notablemente irrelevantes. Aprovechando una ola política de desilusión y desesperación, un patriota de extrema derecha captura la presidencia con una retórica resonante, exigiendo respeto para la autoridad de EE.UU. y amenazando con represalias militares o económicas. El mundo prácticamente no presta atención mientras el Siglo Estadounidense termina en silencio.

Crisis del petróleo: Situación actual

Una víctima del poder económico debilitado de EE.UU. ha sido su control sobre los suministros globales de petróleo. Acelerando por delante de la economía sedienta de gasolina de EE.UU., China se convirtió en el primer consumidor de energía durante este verano, una posición que EE.UU. ha mantenido durante más de un siglo. El especialista en energía Michael Klare ha argumentado que este cambio significa que China “fijará el ritmo de nuestro futuro global”.

En 2025, Irán y Rusia controlarán casi la mitad de todo el suministro de gas natural del mundo, lo que potencialmente les dará una inmensa influencia sobre una Europa hambrienta de energía. Si se agregan a la mezcla las reservas de petróleo, en sólo 15 años, como ha advertido el Consejo Nacional de Inteligencia, dos países, Rusia e Irán, podrían “aparecer como elementos esenciales en el campo de la energía”.

A pesar de una inventiva notable, las grandes reservas de petróleo de las principales potencias del petróleo que permiten una extracción fácil y barata se están agotando. La verdadera lección del desastre del petróleo de Deepwater Horizon en el Golfo de México no fueron los negligentes estándares de seguridad de BP, sino el simple hecho que todos vieron en la marea negra: a uno de los gigantes corporativos de la energía no le quedó otra alternativa que buscar petróleo difícil de extraer a kilómetros bajo la superficie del océano a fin de mantener el nivel de sus beneficios.

Para complicar el problema, chinos e indios se han convertido repentinamente en consumidores mucho más fuertes de energía. Incluso si los suministros de combustibles fósiles se mantuvieran constantes (que no será el caso), es casi seguro que aumente la demanda, y por lo tanto los costes, y lo harán considerablemente. Otras naciones desarrolladas encaran agresivamente esta amenaza lanzándose a programas experimentales para desarrollar fuentes de energías alternativas. EE.UU. ha tomado otro camino y ha hecho muy poco para desarrollar fuentes alternativas mientras, en los tres últimos decenios, ha duplicado su dependencia de importaciones de petróleo extranjero. Entre 1973 y 2007, las importaciones de petróleo han aumentado de un 36% de la energía consumida en EE.UU. a un 66%.

La crisis del petróleo: Perspectiva 2025

EE.UU. sigue dependiendo tanto de petróleo extranjero que unos pocos acontecimientos adversos en el mercado global de energía en 2025 provocan una crisis del petróleo. En comparación hace que la crisis del petróleo de 1973 (cuando los precios se cuadruplicaron en unos meses) parezca un grano de arena. Molestos por el valor descendiente del dólar, los ministros del petróleo de la OPEP, reunidos en Riad, exigen que los futuros pagos de energía sea hagan hechos en un “canasto” de yen, yuan, y euros. Eso sólo aumenta aún más el coste de las importaciones de petróleo de EE.UU. Al mismo tiempo, mientras firman una nueva serie de contratos de suministro a largo plazo con China, los saudíes estabilizan sus propias reservas de divisas extranjeras cambiando al yuan. Mientras tanto, China invierte innumerables miles de millones en la construcción de un gasoducto masivo trans-asiático y en el financiamiento de la explotación por Irán del mayor yacimiento de gas natural del mundo en South Pars, en el Golfo Pérsico.

Preocupados de que la Armada de EE.UU. ya no pueda proteger los buques tanque que viajan desde el Golfo Pérsico para alimentar Asia del Este, se forma una coalición de Teherán, Riad y Abu Dabi en una inesperada nueva alianza del Golfo y afirman que la nueva flota china de rápidos portaaviones patrullará en el futuro el Golfo Pérsico desde una base en el Golfo de Omán. Bajo fuerte presión económica, Londres acepta cancelar el arriendo por EE.UU. de su base en el Océano Índico en la isla de Diego Garcia, mientras Canberra, bajo presión de los chinos, informa a Washington de que ya no aceptará que la Séptima Flota utilice Fremantle como su puerto de base, expulsando efectivamente a la Armada de EE.UU. del Océano Índico.

Con unos pocos plumazos y algunos concisos anuncios, se abandona en 2025 la “Doctrina Carter”, mediante la cual el poder militar de EE.UU. debía proteger eternamente el Golfo Pérsico. Todos los elementos que garantizaron durante mucho tiempo los suministros ilimitados de petróleo a bajo coste de esa región para EE.UU. –la logística, las tasas de cambio, y el poder naval– se evaporan. En esas condiciones, EE.UU. sólo puede cubrir un insignificante 12% de sus necesidades de energía con su naciente industria de energía alternativa, y sigue dependiendo de petróleo importado para la mitad de su consumo de energía.

La crisis del petróleo que sobreviene golpea al país como un huracán y sube los precios a alturas alarmantes, convirtiendo los viajes en gastos asombrosos, causando la caída libre de los salarios reales (que habían estado disminuyendo desde hace tiempo) y haciendo que las exportaciones restantes de EE.UU. pierdan competitividad. Con la baja de las temperaturas, los precios del gas por las nubes y el derramamiento de dólares para pagar petróleo caro, la economía estadounidense se paraliza. Con el fin de alianzas deterioradas hace tiempo y el aumento de las presiones fiscales, las fuerzas militares estadounidenses acaban emprendiendo una retirada por etapas de sus bases en ultramar.

Dentro de unos pocos años, EE.UU. está prácticamente en bancarrota y el reloj se acerca a la hora cero del Siglo Estadounidense.

Desventura militar: Situación actual

En contra de la intuición, a medida que se debilita su poder, los imperios caen a menudo en imprudentes aventuras militares. Este fenómeno es conocido entre historiadores del imperio como “micro-militarismo” y parece involucrar esfuerzos psicológicamente compensatorios para salvar el escozor de la retirada ocupando nuevos territorios, por breve y catastrófico que sea. Estas operaciones, irracionales incluso desde un punto de vista imperial, producen frecuentemente gastos que desangran la economía o humillantes derrotas que sólo aceleran la pérdida de poder.

A través del tiempo, imperios asediados han padecido de una arrogancia que los lleva a caer cada vez más profundo en desventuras militares hasta que la derrota se convierte en una debacle. En en año 413 a. de C., Atenas debilitada envió 200 barcos para que fueran sacrificados en Sicilia. En 1921, la España imperial moribunda despachó a 20.000 soldados para que fueran masacrados por guerrilleros bereberes en Marruecos. En 1956, el debilitado Imperio Británico destruyó su prestigio al atacar Suez. Y en 2001 y 2003, EE.UU. ocupó Afganistán e invadió Iraq. Con la arrogancia extrema que ha marcado a los imperios durante milenios, Washington aumentó sus tropas en Afganistán a 100.000, expandió la guerra a Pakistán, y extendió su compromiso hasta 2014 y más allá, exponiéndose a desastres grandes y pequeños en ese cementerio de imperios infestado de guerrillas y con armas nucleares.

Desventura militar: Perspectiva 2014

El “micro-militarismo” es tan irracional, tan impredecible, que las perspectivas aparentemente estrambóticas pronto son superadas por los acontecimiento. Ya que las fuerzas armadas de EE.UU. se requieren al máximo desde Somalia a las Filipinas, y las tensiones aumentan en Israel, Irán, y Corea, se multiplican las posibles combinaciones para una desastrosa crisis militar en el extranjero.

Estamos a mediados de verano de 2014, y una guarnición reducida de EE.UU. en la asediada Kandahar en el sur de Afganistán es repentina e inesperadamente invadida por guerrilleros talibanes, mientras los aviones estadounidenses no pueden despegar debido a una cegadora tormenta de arena. Sufre considerables bajas y como represalia, un ezorado comandante estadounidense envía bombarderos B-1 y cazas F-16 a demoler vecindarios enteros de la ciudad que supuestamente se encuentran bajo control de los talibanes, mientras aviones AC-130U con armamento pesado barren los escombros con el devastador fuego de sus cañones.

Pronto hay mulás que predican la yihad desde mezquitas de toda la región y unidades del ejército afgano entrenadas durante mucho tiempo por fuerzas estadounidenses para cambiar el progreso de la guerra comienzan a desertar en masa. Combatientes talibanes lanzan entonces una serie de ataques notablemente sofisticados contra guarniciones de EE.UU. en todo el país, causando un gran aumento de las bajas estadounidenses. En escenas que recuerdan Saigón en 1975, los helicópteros rescatan a soldados y civiles estadounidenses desde las azoteas en Kabul y Kandahar.

Mientras tanto, molestos por el interminable impasse de Palestina que ya dura decenios, dirigentes de la OPEP imponen un nuevo embargo del petróleo contra EE.UU. en protesta por su apoyo a Israel así como por la muerte de innumerables civiles musulmanes en sus continuas guerras en todo Gran Oriente Próximo. Con el aumento de los precios de la gasolina y el agotamiento de las refinerías, Washington entra en acción y envía fuerzas de Operaciones Especiales a apoderarse de puertos petroleros en el Golfo Pérsico. Esto, por su parte, provoca una serie de ataques suicidas y el sabotaje de oleoductos y pozos de petróleo. Mientras tanto nubes negras suben al cielo y los diplomáticos se alzan en la ONU para denunciar amargamente las acciones de EE.UU., comentaristas en todo el mundo vuelven a la historia para hablar del “Suez de EE.UU.”, una referencia contundente a la debacle de 1956 que marcó el fin del Imperio Británico.

La Tercera Guerra Mundial: Situación actual

En el verano de 2010, las tensiones militares entre EE.UU. y China aumentan en el Pacífico occidental, considerado otrora como un “lago” estadounidense. Hasta un año antes nadie habría predicho un acontecimiento semejante. Tal como Washington aprovechó su alianza con Londres para apropiarse de gran parte del poder global de Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial, China utiliza ahora los beneficios de su comercio de exportación con EE.UU. para financiar lo que probablemente se convertirá en un desafío a la dominación estadounidense sobre vías navegables de Asia y del Pacífico.

Con sus crecientes recursos, Pekín reivindica un vasto arco marítimo de Corea a Indonesia, dominado desde hace tiempo por la Armada de EE.UU. En agosto, después que Washington expresó un “interés nacional” del Mar del Sur de China y realizó ejercicios navales allí para reforzar esa afirmación, el Global Times oficial de Pekín respondió airadamente, diciendo: “El combate de lucha libre entre EE.UU. y China por el tema del Mar del Sur de China ha aumentado las apuestas sobre quién será el verdadero gobernante del planeta”.

Entre crecientes tensiones, el Pentágono informa de que Pekín tiene ahora “la capacidad de atacar… portaaviones [estadounidenses] en el Océano Pacífico occidental” y apuntar a “fuerzas nucleares en todo… EE.UU. continental”. Al desarrollar “capacidades ofensivas nucleares, espaciales y de guerra cibernética”, China parece determinada a competir por la dominación de lo que el Pentágono llama “el espectro de la información en todas las dimensiones del espacio de batalla moderno”. Con el continuo desarrollo del poderoso cohete propulsor Larga Marcha V, así como el lanzamiento de dos satélites en enero de 2010 y otro en julio, para llegar a un total de cinco, Pekín señala que el país hace rápidos progresos hacia una red “independiente” de 35 satélites para capacidades de posicionamiento global, comunicaciones, y de reconocimiento hasta el año 2020.

Para frenar a China y extender su posición militar en el globo, Washington se propone construir una nueva red digital de robótica aérea y espacial, capacidades avanzadas de guerra cibernética y de vigilancia electrónica. Los planificadores militares esperan que este sistema integrado envuelva a la tierra en un enrejado cibernético capaz de cegar a ejércitos enteros en el campo de batalla o de eliminar a un solo terrorista en un campo o favela. En 2020, si todo se desarrolla según el plan, el Pentágono lanzará un escudo de tres niveles de drones espaciales –que llega de la estratósfera a la exosfera, armado de misiles ágiles, vinculados por un sistema satelital modular elástico, y operado mediante una vigilancia telescópica total.

En abril pasado, el Pentágono hizo historia. Amplió las operaciones de drones a la exosfera al lanzar silenciosamente el transbordador espacial sin tripulación X-37B a una órbita baja a 410 kilómetros sobre el planeta. El X-37B es el primero de una nueva generación de vehículos sin tripulación que marcará la militarización total del espacio, creando un campo para futuras guerras, diferente de todo lo visto anteriormente.

Tercera Guerra Mundial: Perspectiva 2025

La tecnología de la guerra espacial y cibernética es tan nueva e imprevisible que incluso las perspectivas más extravagantes pueden verse pronto sobrepasadas por una realidad que es todavía difícil de concebir. Sin embargo, si simplemente empleamos el tipo de perspectivas utilizado por la propia Fuerza Aérea en su Juego de Capacidades Futuras de 2009, podemos obtener “un mejor entendimiento de cómo el aire, el espacio y el ciberespacio se superponen en la guerra”, y así comenzar a imaginar cómo podría librarse en realidad la próxima guerra mundial.

Son las 11:59 pm del jueves de Acción de Gracias en 2025. Mientras los compradores aporrean los portales de Mejor Compra a la busca de grandes descuentos de la más reciente electrónica china, técnicos de la Fuerza Aérea de EE.UU. en el Telescopio de Vigilancia del Espacio (SST) en Maui se atoran con su café cuando sus monitores panorámicos repentinamente se ponen negros. A miles de kilómetros de distancia en el centro de operaciones del Cibercomando de EE.UU. en Texas, los ciberguerreros pronto detectan binarios maliciosos que, aunque disparados anónimamente, muestran las características huellas digitales del Ejército Popular de Liberación de China.

El primer ataque abierto no ha sido predicho por nadie. Malware china se apodera del control de los robots a bordo de un drone no tripulado de alimentación solar “Vulture” mientras vuela a 21.000 metros sobre el Estrecho Tsushima entre Corea y Japón. Repentinamente dispara todas las cápsulas de cohetes bajo su enorme envergadura de 122 metros, enviando docenas de misiles letales a caer inofensivamente en el Mar Amarillo, desarmando efectivamente esa formidable arma.

Determinada a combatir el fuego con fuego, la Casa Blanca autoriza un ataque en represalia. Confiados en que su sistema satelital F-6 “Fraccionado, de Libre Vuelo” es impenetrable, los comandantes de la Fuerza Aérea en California transmiten códigos robóticos a la flotilla de drones espaciales X-37B que vuelan en órbita a 400 kilómetros sobre la tierra, ordenando que lancen sus misiles “Triple Terminator” contra los 35 satélites chinos. Ninguna reacción. Cerca del pánico, la Fuerza Aérea lanza su Vehículo Crucero Hipersónico Falcon en un arco a 160 kilómetros sobre el Océano Pacífico y luego, sólo 20 minutos después, envía sus códigos informáticos para disparar misiles contra siete satélites chinos en órbitas cercanas. Repentinamente, los códigos de lanzamiento dejan de operar.

A medida que el virus chino se propaga incontrolablemente por la arquitectura satelital F-6, mientras esos superordenadores estadounidenses de segunda no logran descodificar el código infernalmente complejo del malware, son afectadas las señales de GPS cruciales para la navegación de barcos y aviones de EE.UU. en todo el mundo. Flotas de portaaviones comienzan a navegar en círculos en medio del Pacífico. Escuadrones de cazas bajan a tierra. Drones Reaper vuelan desorientados hacia el horizonte, y se estrellan cuando se acaba su carburante. Repentinamente, EE.UU. pierde lo que su Fuerza Aérea ha calificado desde hace tiempo de “máxima posición elevada”: el espacio. En pocas horas, el poder militar que había dominado el globo durante casi un siglo ha sido derrotado en la Tercera Guerra Mundial sin una sola víctima humana.

¿Un Nuevo Orden Mundial?

Incluso si los futuros eventos resultan ser más aburridos de lo que sugieren estas cuatro perspectivas, todas las tendencias significativas apuntan a una decadencia mucho más impresionante del poder global estadounidense hasta 2025 que va más allá de todo lo que Washington parece estar considerando.

A medida que sus aliados en todo el mundo comiencen a reajustar sus políticas para ajustarlas a la percepción de las potencias asiáticas ascendentes, el coste de mantener 800 o más bases militares en el extranjero llegará a ser insostenible, imponiendo finalmente una retirada por etapas a un Washington todavía reacio. Como tanto EE.UU. como China participan en una carrera para militarizar el espacio y el ciberespacio, las tensiones entre las potencias tenderán a aumentar, haciendo que un conflicto militar en 2025 sea por lo menos factible, aunque difícilmente seguro.

Para complicar aún más las cosas, las tendencias económicas, militares y tecnologías antes descritas no tendrán lugar en un aislamiento ordenado. Como sucedió con los imperios europeos después de la Segunda Guerra Mundial, es dudoso que semejantes fuerzas negativas resulten ser sinergicas. Se combinarán de formas totalmente inesperadas, crearán crisis para las cuales los estadounidenses no están de ninguna manera preparados y amenazarán con lanzar a la economía a una repentina espiral descendente, condenando a este país a una generación o más de miseria económica.

A medida que se pierde el poder de EE.UU., el pasado ofrece un espectro de posibilidades para un futuro orden mundial. En un extremo de ese espectro no se puede excluir el ascenso de una nueva superpotencia global, por poco probable que parezca. Sin embargo, tanto China como Rusia manifiestan culturas autorreferenciales, recónditos escritos no romanos, estrategias de defensa regional y sistemas legales subdesarrollados, lo que les niega instrumentos esenciales para la dominación global. Por el momento, por lo tanto, no aparece en el horizonte ni una sola superpotencia que probablemente llegue a suceder a EE.UU.

En una versión oscura, distópica, de nuestro futuro global, una coalición de corporaciones transnacionales, fuerzas multilaterales como la OTAN, y una elite financiera internacional podrían concebiblemente forjar un solo nexo supra-nacional, posiblemente inestable, que haría que no tuviera sentido seguir hablando de imperios nacionales. Mientras corporaciones desnacionalizadas y elites multinacionales probablemente gobernarían un mundo semejante, desde enclaves urbanos seguros, las multitudes serían relegadas a páramos urbanos y rurales.

En Planeta de ciudades miseria, Mike Davis presenta una visión parcial desde abajo de un mundo semejante. Argumenta que los mil millones de personas (que aumentarán a dos mil millones hasta 2030) que ya están apiñadas en chabolas fétidas al estilo de las favelas en todo el mundo que constituirán las ciudades “brutales, fracasadas” del Tercer Mundo… el campo de batalla característico del Siglo XXI”. A medida que la oscuridad cubre algunas futuras súper-favelas, “el imperio puede desplegar tecnologías orwellianas de represión” como “helicópteros artillados parecidos a avispones que acechan a enigmáticos enemigos en las estrechas calles de los distritos de chabolas… Cada mañana los suburbios pobres responden con atacantes suicidas y elocuentes explosiones.”

En medio del espectro de posibles futuros, podría aparecer una oligopolia global entre 2020 y 2040, con potencias ascendentes, China, Rusia, India y Brasil que colaboran con potencias en decadencia como Gran Bretaña, Alemania, Japón, y EE.UU., para imponer una dominación global ad hoc, similar a la inarticulada alianza de imperios europeos que gobernó a la mitad de la humanidad hacia 1900.

Otra posibilidad: la aparición de hegemonías regionales en un retorno a reminiscencias del sistema internacional que operó antes que se conformaran los imperios modernos. En este orden mundial neo wesfaliano, con sus interminables vistas de microviolencia y explotación descontrolada, cada hegemonía dominaría su región inmediata –Brasilia en Suramérica, Washington en Norteamérica, Pretoria en Sudáfrica, etc.- El espacio, el ciberespacio y las profundidades marinas, removidas del control del antiguo “policía” planetario, EE.UU., podrían incluso convertirse en un nuevo patrimonio común global, controlado por medio de un Consejo de Seguridad expandido de la ONU o algún organismo ad hoc.

Todas estas perspectivas extrapolan tendencias existentes hacia el futuro sobre la base de la suposición de que los estadounidenses, cegados por la arrogancia de décadas de un poder sin paralelos históricos, no puedan adoptar o no adopten medidas para administrar la erosión descontrolada de su posición global.

Si la decadencia de EE.UU. se encuentra en realidad en una trayectoria de 22 años de 2003 a 2025, ya habremos desperdiciado la mayor parte del primer decenio de esa decadencia con guerras que nos distrajeron de problemas a largo plazo y, como agua desparramada sobre las arenas del desierto, desperdiciaron billones de dólares desesperadamente necesitados.

Si sólo quedan 15 años, las probabilidades de desperdiciarlos siguen siendo elevadas. El Congreso y el presidente están ahora paralizados; el sistema estadounidense está inundado de dinero corporativo con el fin de atascar todo; y hay pocas sugerencias para que algún problema de importancia, incluidas nuestras guerras, nuestro inflado Estado de seguridad nacional, nuestro famélico sistema de educación y nuestros anticuados suministros de energía, se encaren con suficiente seriedad como para asegurar el tipo de aterrizaje suave que podría maximizar el papel y la prosperidad de nuestro país en un mundo que cambia.

Los imperios de Europa han pasado y el imperio de EE.UU. desaparece. Parece cada vez más dudoso que EE.UU. tenga algo parecido al éxito de Gran Bretaña en la conformación de un orden mundial futuro que proteja sus intereses, preserve su prosperidad y lleve la huella de sus mejores valores.

……

Alfred W. McCoy es profesor de historia en la Universidad de Wisconsin-Madison. Es autor de A Question of Torture: CIA Interrogation, From the Cold War to the War on Terror (Metropolitan Books), que también existe en traducciones al italiano y al alemán. Su último libro Policing America's Empire: The United States, the Philippines, and the Rise of the Surveillance State , explora la influencia de operaciones de contrainsurgencia en el exterior en la propagación de medidas de seguridad interior en EE.UU. También convocó el proyecto “Imperios en transición” un grupo de trabajo global de 140 historiadores de universidades de cuatro continentes. Los resultados de sus primeras reuniones en Madison, Sydney, y Manila fueron publicados como Colonial Crucible: Empire in the Making of the Modern American State y los resultados de su última conferencia aparecerán el próximo año como Endless Empire: Europe’s Eclipse, America’s Ascent, and the Decline of U.S. Global Power.

Copyright 2010 Alfred W. McCoy

el Vaticano es un "fracaso de comunicación"

Lo último de WikiLeaks:

Macri Vainilla


PANORAMA POLITICO

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Luis Bruschtein

“Macri hará propietarios a los vecinos de las villas”, festejaba el diario Perfil: “Más de mil títulos para julio del 2011” agregaba, iniciando así la campaña electoral del macrismo en la ciudad. Si uno imita a Freddy Mercury se puede tragar el bigote o no. Puede que sí, puede que no. Como se sabe, Macri es de los que se lo tragan. Pero si se abandona el espacio público en las zonas pobres de la ciudad, si no hay un plan permanente de construcción de viviendas populares, y si encima se hacen promesas demagógicas, lo más seguro es que se produzcan desmanes. Macri hizo todo eso que no es aconsejable hacer y provocó una batalla campal con muertos y heridos en el sur de la ciudad de Buenos Aires, una zona que no se encuentra entre las prioridades de su gestión. Entonces, en vez de los de Freddy Mercury se puso los bigotitos de Micky Vainilla, el cantante fascistoide de Capusotto y disparó un discurso fuertemente racista y xenófobo contra bolivianos, paraguayos y pobres en general.

El Parque Indoamericano es un espacio público abandonado por el Gobierno de la Ciudad. Algunos vecinos dicen que no es cierto, que habían instalado mobiliario urbano, pero que se robaron hasta las rejas. Otros vecinos dicen que el Gobierno de la Ciudad fue retirando los puestos de vigilancia que supo haber en la zona, tanto de la Federal, como de la Metropolitana. Y no puede decirse que sea un parque que no se usa porque los fines de semana está tan lleno como Palermo. Por el contrario, los mismos vecinos de la zona usan el parque como lugar de esparcimiento. Lo cierto es que el espacio es muy grande y más o menos la mitad está cuidado, pero en la otra mitad, donde empezaron los asentamientos, ni siquiera se hicieron trabajos para alisar el piso y está lleno de escombros. En verdad, lo que se tomó al principio fue el espacio público que Macri abandonó como terreno baldío.

Una ciudad que tiene villas miserias y no tiene plan de viviendas para urbanizar esas villas está acumulando la presión de un problema. La oposición afirma que el Gobierno de la Ciudad subejecutó el presupuesto para vivienda. Que sólo gastó el 18 por ciento de ese dinero. Desde el Gobierno de la Ciudad afirmaron que gastaron todo lo que les llegó desde el gobierno nacional. Aunque así fuera, los desequilibrios no se produjeron en Barrio Norte. Se trata también de prioridades de la gestión, entre las que no figuran las villas ni la vivienda. Y además, los planes de vivienda no dependen de una partida específica nacional, por lo que ese argumento suena a excusa.

En realidad Macri había descartado la idea de construir viviendas populares para transformar las villas en barrios. La propuesta que estaba diseñando el PRO era entregar los títulos de propiedad de los terrenos sobre los que se habían construido casitas en villas como Piletones, Villa 20, 1-11-14, 3, 6, 17, 19 y 21-14. Los diputados Enzo Pagani y Cristian Ritondo presentaron un proyecto en la Legislatura para reformar el Código de Planeamiento Urbano con el objetivo de que permita concretar esa idea. Algunos de los ministros porteños, sobre todo su jefe de Gabinete y probable candidato a sucederlo en la Jefatura de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, lo anunciaron con bombos y platillos y lo primero que provocaron fue que una banda atacara el obrador que tienen las Madres de Plaza de Mayo en Los Piletones, con 400 casas casi terminadas, generando una guerra de pobres contra pobres. Ese grupo fue rechazado por los mismos trabajadores del obrador. Pero sobre la base de esas promesas de inicio de campaña electoral, la gente de las villas se lanzó a ocupar el predio del Parque Indoamericano. La idea es que a quien acredite ocupar un terreno para vivienda personal, Macri le otorgará el título de propiedad para que después pueda venderlo.

La primera noche de ocupación hubo dos muertos por tiros. Macri pidió la intervención de la Federal, que desalojó el predio y luego lo entregó a la Policía Metropolitana que, insólitamente, se lo devolvió a los grupos que lo habían ocupado. Esta vez entraron muchos más. Y al segundo día había una guerra entre grupos de vecinos de Soldati y Lugano y grupos de ocupantes, que ya se habían asentado.

Macri se negó a negociar con los ocupantes que él mismo había alentado, se negó a enviar a la Policía Metropolitana por temor al costo político si se producía alguna víctima y se sentó a reclamarle al gobierno nacional para que le saque las papas del fuego.

El objetivo de otorgar los títulos de propiedad es que de esa manera, sin siquiera efectuar los gastos millonarios que implicaría la construcción de nuevas viviendas, el mercado mismo se encargaría de erradicar las villas comprando los terrenos y las casitas baratas para realizar emprendimientos inmobiliarios de más envergadura. La concepción del proyecto, al que el PRO define como “el más progresista que se ha impulsado en la ciudad”, proviene más del sector de empresas inmobiliarias y constructoras que de los habitantes de las villas. Si la idea de los asesores de Macri fue convertir ese problema en un negocio que al mismo tiempo lo resolviera, y usarlo como un fuerte argumento de campaña electoral, lo que logró fue desatar una tempestad en el complejo entramado social de las villas porteñas, sobre todo en Los Piletones y en la Villa 20, que se habían mencionado como las primeras en beneficiarse de esas promesas. En los cálculos del PRO, en julio, cuando estaba previsto que comenzaran las entregas de los títulos, el país estaría sumergido en plena campaña presidencial, con un candidato macrista presuntamente ganador en el distrito porteño. Y allí estaba el candidato Macri, todavía jefe de Gobierno, repartiendo títulos de propiedad en las villas.

Era evidente que los anuncios que hicieron iban a provocar una estampida porque impactaban en dos cuestiones muy sensibles. En primer lugar la necesidad desesperante por una vivienda digna. Y en segundo lugar, los apetitos de los que hacen negocio con la pobreza, que negociaron parcelas y posibles favorecidos, lo cual lleva también a la violencia. Los anuncios a voz en cuello no previeron en ningún momento que se produciría el desastre. No hicieron nada para evitarlo. Lanzaron las promesas de la forma más general posible para pescar la ilusión de los pobres. Era una forma también de mostrar que desconocen esa realidad.

Una vez encendida la chispa, había que apagar el fuego. En vez de eso, Macri le echó nafta con un discurso muy violento contra los ocupas, lo cual lanzó a los otros vecinos de Soldati y Lugano con más fuerza contra los que estaban en el parque. Es posible que en el reclamo se mezclen necesidades legítimas con formas de punterismo e inclusive de corrupción. Los que reclaman pueden tener razón o no. Pero el discurso del jefe de Gobierno de la Ciudad en ningún caso podía ser para provocar más odio y justificar y empujar de alguna manera la reacción airada y violenta de los vecinos contrarios a la ocupación. Denunciar por los medios de comunicación a los ocupantes como invasores extranjeros, o como “el avance de los narcotraficantes y el avance de la delincuencia” fue irresponsable, estaba convocando a una masacre.

En ese clima de violencia donde Macri, en vez de ser el pacificador era el epicentro, enviar a la Policía Federal podría haber empeorado la confrontación. En todo caso, la autoridad política, o sea Macri, tenía que generar las condiciones para que esa intervención no se convirtiera en una masacre. El camino de la negociación, que es el camino de la política, era el único que podía evitar más violencia, pero fue el único que rechazó Macri, cuya opción se redujo a reclamar que el gobierno nacional interviniera para reprimir y hacerse cargo de un problema que él había creado en su distrito.

Macri dice que es la nueva política, pero en este conflicto mostró lo peor de lo viejo, con la demagogia, y lo peor de lo nuevo, por la falta de experiencia, paciencia y capacidad de negociación. En ningún momento aceptó que sus representantes negociaran con los que habían ocupado el parque. El discurso violento de Macri crispó a toda la ciudad, en los taxis y en las colas de los bancos, a varios les creció el enano fascista con un nacionalismo chabacano y ese desprecio patotero por los pobres.

"Antes de abrir la boca, abramos la cabeza"




LA PRESIDENTA ANUNCIO LA CREACION DEL MINISTERIO DE SEGURIDAD. REUNION DE LOS GOBIERNOS NACIONAL Y PORTEñO EN LA ROSADA

En el acto por el Día Internacional de los Derechos Humanos, CFK aludió a los graves hechos de Villa Soldati y replicó a Mauricio Macri por sus críticas a los inmigrantes. Dijo que hay quienes “intentan desgastar a un gobierno”.

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Adriana Meyer

“Nada le interesa más a esta Presidenta que preservar la vida y el patrimonio de cada argentino. Pero también porque creo en Dios en serio, y porque creo en el Evangelio en serio, sé que no puedo quitarle la vida a nadie para defender algo material, porque cuando te arrebatan una vida nada ni nadie lo puede reparar.” Estas palabras eligió la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para referirse a los violentos enfrentamientos derivados del desalojo de familias que habían ocupado el Parque Indoamericano. La realidad social y climática había cambiado los planes para los festejos del Día de los Derechos Humanos. En el acto, la Presidenta anunció la creación del Ministerio de Seguridad, que ahora quedará separado del área de Justicia y adjudicó la escalada de los incidentes en Villa Soldati a quienes “intentan desgastar a un gobierno”.

Pasada la medianoche, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, recibió en la Casa Rosada al jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, y a miembros de organizaciones sociales representantes de los ocupantes del parque.

Según fuentes del gobierno nacional, el encuentro se realizó a instancias de las propias organizaciones sociales, que pidieron que el Poder Ejecutivo sea garante en una negociación con la administración porteña. Así, llegaron a la Casa Rosada Macri y sus ministros de Seguridad, Guillermo Montenegro, y de Desarrollo Social, María Eugenia Vidal, y el jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta. Por el gobierno nacional también estaba el ministro de Interior, Florencio Randazzo. La Presidenta no participó. Diosnel Pérez, del Frente Darío Santillán, y Carlos Alderete, de la Corriente Clasista y Combativa, fueron como representantes de los ocupantes.

Durante el acto en Casa Rosada, la Presidenta replicó los argumentos esgrimidos por el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, sobre las causas del conflicto, cuando habló de una “inmigración descontrolada”.

“No estoy dispuesta a que la Argentina entre al club de países xenófobos”, aseguró Fernández de Kirchner. Además, pidió “disculpas si algún país hermano se sintió ofendido” y provocó el aplauso de los presentes.

En el Día Internacional de los Derechos Humanos, la Presidenta homenajeó a personalidades extranjeras y locales por su “incansable lucha”, pero no esquivó pronunciarse sobre los sucesos del Parque Indoamericano, que ayer se cobraron un nuevo muerto. “Hay que hacer muchos esfuerzos y tener mucha paciencia para desactivar los conflictos, aún aquellos que sabemos pueden estar dirigidos, orientados a intentar desgastar un gobierno diciendo que no nos importa la seguridad, tengo mucho dolor en mi alma pero aún puedo razonar y pensar, y en esta fecha tan especial del 10 de diciembre, y el tercer aniversario de mi gestión, no soy ingenua como para no darme cuenta de que esto no sucede por casualidad”, expresó. “Pero mi obligación como Presidenta es llevar paz y tranquilidad, sin palabras ofensivas, sin incitar a la violencia. Y por eso creo en la creación de nuestro Ministerio de Seguridad, del cual dependerán la Policía Federal, la Prefectura y la Gendarmería y el Consejo Federal de Seguridad Interior”. La flamante cartera estará a cargo de la hasta ahora ministra de Defensa, Nilda Garré.

La Galería de los Patriotas Latinoamericanos quedó chica ante tanta militancia, invitados y funcionarios. En el centro, chicos de distintas edades con camisetas del Bicentenario se sentaron al lado de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, e hicieron lo mismo los artistas Gustavo Santaolalla, Ignacio Copani, Luisa Kuliok, Daniel Fanego, Fena della Maggiora, Soledad Silveyra, Arturo Bonín, Gustavo Garzón, Jaime Torres, Víctor Heredia, Andrea Del Boca y Adriana Varela, entre otros. Tenían a su lado unas misteriosas cajitas de madera. A la izquierda se ubicaron los invitados especiales: el juez español Baltazar Garzón, la ex senadora colombiana Piedad Córdoba, Martín Luther King III, y los luchadores por los derechos humanos Otilia Lux de Guatemala, Roberto Cuellar de El Salvador y Naomi Njere Sarudzayi, jurista de Zimbabwe, además de los miembros de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA que visitaron el país en 1979, el norteamericano Tom Farer, el chileno Edmundo Vargas Carreño, y el juez colombiano Marco Monroy Cabra. Todos ellos fueron ovacionados cuando los mencionó la locutora. En ese sector se ubicaron el jefe de Gabinete Aníbal Fernández, el canciller Héctor Timerman y el presidente del CELS, Horacio Verbitsky. A la derecha se sentaron el gobernador Daniel Scioli y los miembros del gabinete.

Manteniendo el luto en su vestimenta, ingresó Cristina Fernández y la recibieron con “Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación”. A su lado se ubicaron Hebe de Bonafini (Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Estela Carlotto (Abuelas de Plaza de Mayo), que también tuvieron su sonora recepción: “Madres de la plaza, el pueblo las abraza”. Tras la entonación del Himno Nacional, cuando algunos de los niños alzaron sus brazos con los dedos en V, la Presidenta entregó el Premio Azucena Villaflor de Vicenti al juez Garzón y el premio Emilio Mignone a Sarudzayi, de la ONG Abogados de Zimbabwe por los Derechos Humanos (ZLHR), tras lo cual fueron homenajeadas con el Premio Bicentenario Bonafini, Carlotto, Angela Boitano (Familiares), Marta Vázquez (Madres Línea Fundadora), Laura Conte (CELS). Cuando Cristina Fernández culminó con la entrega de las estatuillas, hicieron lo propio los nenes y nenas, junto a los artistas, que se pusieron de pie y sacaron una blanca réplica de la Pirámide de Mayo de las cajitas de madera y se la dieron a la Abuela o Madre que tenían al lado. Santaolalla, por ejemplo, se fundió en un abrazo con Adelina de Alaye.

El discurso de la Presidenta comenzó con el sorpresivo anuncio del desdoblamiento del ministerio de Justicia. “La violencia no sirve para crear más seguridad, lo hemos visto en los últimos días, donde puede haberse visto como un ejemplo de mano dura un desalojo que terminó peor de lo que empezó. Esto demuestra, no desde la ideología sino desde los resultados, que frente a cuestiones sociales, inclusive aquellas que admitimos pueden estar siendo manipuladas interesadamente por alguien, quienes tenemos responsabilidad de Estado debemos tener equilibrio, paciencia y articulación que permita evitar más violencia”, fue la primera mención de Cristina Fernández a los gravísimos incidentes de Villa Soldati, que en ese mismo momento recrudecían lejos de la Rosada. “El orden público no puede ser custodiado a partir de vidas humanas, y esto no significa, lo digo como abogada, desconocer el ejercicio del monopolio de la fuerza por parte del Estado, sino tomar cuenta de nuestra historia y de lo que pasó en cada oportunidad en buscó imponer paz con violencia”, definió. En ese momento, la Presidenta recordó las veces que le reprocharon al ex presidente Néstor Kirchner y a ella misma no haber reprimido manifestaciones sociales. “Pagamos costos muy altos por esto”, dijo.

En el sector de los funcionarios se vio a la ministra Garré, de vestido verde brillante, sentarse al tiempo que varios la felicitaban con palmadas. “Somos hijos de inmigrantes, no desciendo de Luis XIV”, dijo, y enumeró las comunidades de países limítrofes que “trabajan laboriosamente y hacen las tareas que los nacionales desprecian”. La Presidenta llamó a la reflexión y pidió “un gran esfuerzo de prudencia, antes de abrir nuestras bocas abramos la cabeza y el corazón”, y pidió “disculpas a algún país hermano si se ha sentido ofendido”. La joven militancia, de La Cámpora y otras agrupaciones, gritó en ese momento “Macri, basura, vos sos la dictadura”, pero la Presidenta les replicó “no hay que ser igual”.

“Siempre las he admirado mucho –dijo mirando a las Madres y a las Abuelas–, no sólo por sus años de lucha sino también porque nunca intentaron recurrir a la violencia, o pedir venganza, o la pena de muerte, al contrario, y eso me hace redoblar mi convicción de que ése es el camino, libertario, democrático, igualitario, que una sociedad civilizada debe tener para buscar justicia. Ustedes son el ejemplo de que la venganza y el odio no sirven.”

viernes, 10 de diciembre de 2010

Un mundo sin Islam

Graham E. Fuller Foreign Policy
Traducido por Carlos Sanchis
MUNDO ARABE.ORG, 02/2008

Introducción

Los lectores francohablantes que tienen memoria quizá recuerden un artículo de Graham E. Fuller, publicado en Le Monde del 14 de febrero de 2003, titulado «‘Vielle Europe’ ou vieille Amérique?» (¿Vieja Europa o vieja América?), en el que replicaba de forma magistral al agrio comentario de Donald Rumsfeld sobre la «vieja Europa» cuando Francia y Alemania no quisieron embarcarse en la aventura iraquí. Graham E. Fuller vuelve ahora con un artículo muy interesante.

Los argumentos expuestos por el autor del artículo que se lee a continuación quizá le parezcan consabidos a un lector inteligente europeo, árabe, africano, asiático o latinoamericano. Para la mayoría de los estadounidenses, en cambio, son revolucionarios y reveladores. Porque los estadounidenses son los nuevos bárbaros del mundo. Auténticos zoquetes, por lo general no saben nada del mundo extranjero, desconocen sus lenguas, su historia y sus culturas, y se creen lo que les cuenta la tele. Un antiguo rehén británico en Guantánamo, un negro de Manchester convertido al Islam, ha contado el estupor del joven cretino encargado de interrogarle cuando descubrió que el detenido conocía el grupo musical U2. Eso no coincidía con la imagen que le habían inculcado de los peligrosos islamistas, e incluso de los musulmanes.

Menos del 8% de los estudiantes universitarios estadounidenses aprenden una lengua extranjera. No es de extrañar, pues, que el Imperio tenga que recurrir a tropas indígenas para sus guerras imperiales.

Graham E. Fuller no es un «estadounidense corriente». Durante 20 años, hasta 1988, trabajó para la CIA por todo el mundo. Luego trabajó durante doce años para la Corporación Rand, un gabinete estratégico (think tank) creado en 1945 para promover investigaciones sobre el ancho mundo al servicio del gobierno de Washington, entre cuyos miembros había personalidades tan descollantes como Donald Rumsfeld, Condoleezza Rice, Frank Carlucci (que fue director adjunto de la CIA de 1978 a 1981 y presidente del grupo Carlyle), Lewis «Scooter» Libby (que fue consejero de Dick Cheney y filtró la información sobre el caso Plame-Wilson), Pascal Lamy (antiguo comisario europeo y actual director de la OMC), Francis Fukuyama, Zalmay Khalilzad (embajador de USA en Iraq), Jean-Louis Gergorin (que fue presidente del grupo aeronáutico y de defensa europeo EADS) o el antiguo espía francés Constantin Melnik. Graham E. Fuller, que actualmente es profesor adjunto de Historia de una universidad canadiense, ha escrito varios libros sobre el Islam y el islamismo, pero su superventas es un pequeño manual titulado How to Learn a Foreign Language (Cómo aprender una lengua extranjera), seguramente mucho más útil para sacar a los estadounidenses de su burbuja imperial-provinciana que muchos tratados eruditos.

¿Y si el Islam no hubiera existido nunca?

Para algunos es un pensamiento reconfortante: Ni choque de civilizaciones, ni guerra santa, ni terrorismo. ¿Habría conquistado la cristiandad el mundo? ¿Sería Oriente Próximo una balsa de aceite de democracia? ¿Habría existido el 11 de septiembre? Verdaderamente, si sacamos al Islam de la senda de la historia, el mundo seguiría básicamente donde está hoy.

Imagine, si quiere, un mundo sin Islam. Sin duda una situación casi inconcebible dada su enorme importancia en los titulares diarios de las noticias. El Islam parece estar detrás de un amplio abanico de desórdenes internacionales: atentados suicidas, coches bomba, ocupaciones militares, luchas de resistencia, disturbios, fetuas, yihads, guerras de guerrillas, videos amenazadores, y el mismo 11 de septiembre.

El Islam parece ofrecer una instantánea y sencilla piedra de toque analítica que nos permite entender el sentido del mundo convulso de hoy. De hecho, para algunos neoconservadores, el islamofascismo ahora es nuestro enemigo jurado en la III Guerra Mundial que nos amenaza. Pero por un momento, permítanme: ¿Cómo sería si no existiera eso que se llama Islam? ¿Cómo sería si nunca hubiera existido un Profeta Mahoma, ninguna saga que esparciese el Islam por grandes zonas de Oriente Próximo, Asia, y África? Dado nuestro enfoque actual sobre el terrorismo, la guerra, la desenfrenada oposición a EEUU y algunos de los problemas internacionales más viscerales del momento, es vital entender las verdaderas fuentes de estas crisis. ¿Realmente es el Islam la fuente del problema, o habría que situarlo junto a otros factores menos obvios y más profundos? Para esta tesis, en un acto de imaginación histórica, imagínese un Oriente Próximo en el que el Islam nunca hubiera aparecido. ¿Nos habríamos ahorrado entonces muchos de los desafíos ante los que estamos actualmente? ¿Oriente Próximo sería más pacífico? ¿Sería muy diferente el carácter de las relaciones entre Oriente y Occidente? ¿Realmente sin el Islam, el orden internacional presentaría un cuadro muy diferente del que presenta hoy? ¿O no?

Si no es el Islam, entonces ¿qué?

Desde la noche de los tiempos de una gran parte del Oriente Próximo, aparentemente el Islam ha configurado las normas culturales e incluso las preferencias políticas de sus seguidores. ¿Cómo podemos entonces separar el Islam de Oriente Próximo? Como prueba, no es tan difícil de imaginar. Empecemos con la cuestión étnica. Sin Islam, la faz de la región seguiría siendo compleja y conflictiva. Los grupos étnicos que dominan en Oriente Próximo -árabes, persas, turcos, kurdos, judíos, e incluso bereberes y pastunes- seguirían dominando la política.

Tomemos a los persas. Mucho antes del Islam, los sucesivos grandes imperios persas empujaron hasta las puertas de Atenas y fueron los perpetuos rivales de quienquiera que habitara Anatolia. Combatiendo también a los pueblos semíticos, los persas lucharon por el Creciente Fértil y en Iraq. Y después estaban las poderosas fuerzas de diversas tribus y comerciantes árabes que se expandían y emigraban hacia otras áreas semíticas de Oriente Próximo, antes del Islam.

Los mongoles invadieron y destruyeron las civilizaciones de Asia Central y una gran parte de Oriente Próximo en el siglo XIII. Los turcos conquistaron Anatolia, los Balcanes hasta Viena, y la mayoría del Oriente Próximo. Estas guerras –por el poder, el territorio, la influencia y el comercio- existieron mucho antes de que llegara el Islam. No obstante, sería demasiado arbitrario excluir completamente la religión de la ecuación. Si verdaderamente el Islam nunca hubiera surgido, la mayoría de Oriente Próximo habría seguido siendo predominantemente cristiano en sus diversas sectas, como lo era en los albores del Islam.

Aparte de algún zoroastriano y pequeños grupos de judíos, no estaría presente ninguna otra religión importante. Pero, ¿habría reinado la armonía con Occidente si todo el Oriente Próximo hubiera seguido siendo cristiano? Es difícil saberlo. Tendríamos que asumir que un mundo europeo medieval inquieto y expansivo no habría proyectado su poder y hegemonía hacia el vecino Oriente en busca de apoyos económicos y geopolíticos. Después de todo, ¿qué fueron las Cruzadas sino una aventura occidental emprendida principalmente por necesidades políticas, sociales y económicas?

El estandarte de la cristiandad era poco más que un símbolo potente, un grito unificador para bendecir los impulsos más seculares de los poderosos europeos. De hecho, la religión particular de los nativos nunca tuvo ninguna trascendencia en el empuje imperial de Occidente a lo largo y ancho del globo. Europa ha hablado de la nobleza de llevarles los valores cristianos a los nativos, pero la meta patente era establecer fortines coloniales como fuentes de riqueza para las metrópolis y bases para la proyección del poder occidental. Así, es improbable que los habitantes cristianos de Oriente Próximo hubieran dado la bienvenida al torrente de flotas y comerciantes europeos respaldados por las armas occidentales. El imperialismo habría prosperado en el complejo mosaico étnico de la región; la materia prima para el viejo juego de «divide y vencerás». Y los europeos, de todas formas, habrían instalado a los mismos gobernantes locales sumisos para acomodar sus necesidades. Adelantemos el reloj a la era del petróleo en Oriente Próximo. ¿Los Estados orientales, incluidos los cristianos, habrían dado la bienvenida al establecimiento de protectorados europeos en su región? Es difícil. Aun así, Occidente habría construido y controlado los mismos pasos estratégicos como el Canal de Suez.

No fue el Islam quien se resistió enérgicamente al proyecto colonial de los Estados de Oriente Próximo, con su drástico replanteamiento de las fronteras conforme a las preferencias geopolíticas europeas. Los cristianos de Oriente Próximo no habrían dado una bienvenida mejor que la que dieron los ejércitos musulmanes a las compañías petrolíferas imperiales de occidente, respaldadas por sus gerentes europeos, diplomáticos, agentes de inteligencia y ejércitos. Miren la larga historia de las reacciones latinoamericanas a la dominación estadounidense de su petróleo, su economía y su política. Oriente Próximo habría estado igualmente ansioso de crear movimientos nacionalistas anticoloniales para arrebatar por la fuerza el control de su propia tierra, mercados, soberanía y destino de las férreas manos extranjeras -exactamente igual que las luchas anticoloniales de la India hindú, de la China confuciana, del Vietnam budista y de una África cristiana y animista-. Y seguramente los franceses sólo tendrían que haberse extendido cómodamente en una Argelia cristiana para tomar sus ricas tierras de labor y establecer una colonia. Los italianos, tampoco permitieron nunca que la cristiandad de Etiopía les frenara para convertir ese país en una colonia cruelmente administrada. En resumen, no hay ninguna razón para creer que una reacción de Oriente Próximo a la dura experiencia colonial europea realmente habría diferido significativamente de la manera que reaccionó bajo el Islam. Pero, ¿quizás Oriente Próximo habría sido más democrático sin el Islam?

La historia de la dictadura en la propia Europa no nos reconforta en esto. España y Portugal sólo se libraron de sus brutales dictaduras a mediados de los setenta. Grecia surgió de una dictadura vinculada a la iglesia hace sólo unos decenios. La Rusia cristiana todavía no está fuera de peligro. Hasta hace muy poco, América Latina estaba repleta de dictadores que a menudo reinaron con la bendición estadounidense y asociados con la Iglesia católica. La mayoría de las naciones cristianas africanas no lo tienen mucho mejor. ¿Por qué habría tenido que ser diferente un Oriente Próximo cristiano? Y después está Palestina. Fueron, por supuesto, los cristianos quienes persiguieron descaradamente a los judíos durante más de un milenio, culminando con el Holocausto. Estos horrendos ejemplos de antisemitismo estuvieron firmemente arraigados en las tierras y en la cultura cristiana de Occidente. Los judíos habrían buscado, por consiguiente, una patria fuera de Europa; el movimiento sionista por lo tanto habría surgido y buscado una base en Palestina. Y el nuevo estado judío también habría desalojado a los mismos 750.000 árabes de Palestina de sus tierras aunque hubieran sido cristianos, como de hecho algunos de ellos lo eran.

¿No habrían luchado esos árabes palestinos para proteger o recobrar su propia tierra? El problema israelopalestino sigue siendo, en el fondo, un conflicto nacional, étnico y territorial; sólo recientemente se apoya en eslóganes religiosos. Y no nos olvidemos de que los árabes cristianos jugaron un importante papel en el surgimiento del movimiento nacionalista árabe de Oriente Próximo; de hecho, el fundador ideológico del primer partido Baaz panárabe, Michel Aflaq, fue un cristiano sirio formado en la Sorbona.

Pero, ¿seguro que los cristianos de Oriente Próximo habrían estado más predispuestos, al menos en el aspecto religioso, hacia Occidente? ¿Se podría haber evitado toda esa lucha religiosa? De hecho, el propio mundo cristiano se rompió por las herejías de los primeros siglos de poder cristiano, herejías que se convirtieron en el propio vehículo de oposición política al poder romano o bizantino. Lejos de unirse bajo la religión, las guerras religiosas de occidente velaron invariablemente unas luchas de dominación más profundas: étnicas, estratégicas, políticas, económicas y culturales. Incluso las mismas referencias a un Oriente Próximo cristiano ocultan una fea animosidad. Sin Islam, los pueblos de Oriente Próximo habrían permanecido como estaban cuando nació el Islam; principalmente los adheridos a la cristiandad ortodoxa oriental. Pero es fácil olvidarse de que una de las más perdurables, virulentas y amargas controversias religiosas fue la que se dio entre la Iglesia Católica de Roma y la Cristiandad Ortodoxa Oriental de Constantinopla; un rencor que todavía persiste hoy. Los cristianos ortodoxos orientales nunca olvidaron ni perdonaron el saqueo de Constantinopla por los cruzados occidentales en 1204.

Casi 800 años después, en 1999, el Papa Juan Pablo II ensayó unos pequeños pasos para resanar la herida en la primera visita, en mil años, de un Papa católico al mundo ortodoxo. Era un comienzo, pero la fricción entre Oriente y Occidente en el cristianismo de Oriente Próximo habría seguido siendo como es hoy. Tomen Grecia, por ejemplo: allí la causa ortodoxa ha sido un conductor poderoso, detrás del nacionalismo, del sentimiento antioccidental y de las pasiones antioccidentales en la política griega; no hace más de un decenio que los griegos se hacían eco de las mismas sospechas y virulentos puntos de vista de Occidente que oímos a muchos líderes islamistas de hoy.

La cultura de la Iglesia Ortodoxa difiere mucho del ethos occidental posterior al esclarecimiento que pone el énfasis en el laicismo, el capitalismo y la supremacía del individuo. Todavía mantiene miedos residuales con respecto a Occidente que son paralelos, de muchas formas, a las inseguridades musulmanas actuales: miedo del proselitismo misionero de Occidente, percepción de la religión como un importante vehículo para la protección y preservación de sus propias comunidades y cultura, y una sospecha del corrupto e imperial carácter de Occidente. De hecho, en un Oriente Próximo cristiano ortodoxo, Moscú disfrutaría de una influencia especial, incluso hoy, como último centro importante de la ortodoxia oriental. El mundo ortodoxo habría seguido siendo una arena geopolítica importante de rivalidad entre Oriente y Occidente en la Guerra Fría. Samuel Huntington, después de todo, incluyó el mundo cristiano ortodoxo entre varias civilizaciones embrolladas en un choque cultural con Occidente.

Hoy la ocupación estadounidense de Iraq no sería mejor recibida por los iraquíes si fueran cristianos. Estados Unidos no derrocó a Sadam Husein, un líder intensamente nacionalista y laico, porque fuera musulmán. Otros pueblos árabes incluso podrían apoyar a los árabes iraquíes en su ruptura de la ocupación. En ninguna parte los pueblos dan la bienvenida a la ocupación y al asesinato de sus ciudadanos a manos de tropas extranjeras. De hecho, los grupos amenazados por tales fuerzas exteriores, invariablemente buscarán las ideologías apropiadas para justificar y glorificar su lucha de resistencia. La religión es esa ideología. Por lo tanto, éste es el retrato de un imaginario mundo sin Islam. Un Oriente Próximo dominado por la cristiandad ortodoxa oriental y una iglesia histórica y psicológicamente sospechosa y hostil en Occidente.

A pesar de las divisiones por importantes diferencias étnicas y sectarias, este Oriente Próximo posee un feroz sentido de conciencia histórica y de agravio ante Occidente. Ha sido invadido repetidamente por ejércitos imperialistas occidentales; se han rapiñado sus recursos; sus fronteras se han redibujado conforme a los intereses occidentales y los de los regímenes sumisos establecidos por Occidente. Palestina seguiría ardiendo. Irán todavía permanecería intensamente nacionalista. Seguiríamos viendo a los palestinos resistiendo a los judíos, a los chechenos que resisten a los rusos, a los iraníes que resisten a los británicos y a los estadounidenses, cachemires que resisten a los indios, tamiles que resisten a los cingaleses en Sri Lanka, y uigurs y tibetanos que resisten a los chinos.

Oriente Próximo incluso habría tenido un modelo histórico glorioso, el gran imperio bizantino de más de 2.000 años, para identificarse como un símbolo cultural y religioso. En muchos aspectos habría perpetuado una división entre Oriente y Occidente. No presentaría un cuadro completamente pacífico y confortable.

Bajo el estandarte del profeta

Por supuesto es absurdo defender que la existencia del Islam no ha tenido un impacto independiente en Oriente Próximo o en las relaciones entre Oriente y Occidente. El Islam ha proporcionado una gran fuerza unificadora en una amplia región. Como una fe universal global, ha creado una vasta civilización que comparte muchos principios comunes filosóficos, artísticos y sociales; una visión de la moralidad; un sentido de la justicia, jurisprudencia y buena gobernanza; todo en una cultura elevada y profundamente arraigada. Como fuerza cultural y moral, el Islam ha tendido un puente entre las diferencias étnicas y entre los diversos pueblos musulmanes, animando a que todos se sintieran parte de un proyecto civilizador musulmán más amplio. Eso sólo se facilita con un gran peso.

El Islam también afectó a la geografía política: si no hubiera habido Islam, los países musulmanes del sur y sudeste de Asia -particularmente Pakistán, Bangladesh, Malasia e Indonesia- hoy estarían, ciertamente, arraigados en el mundo hindú. La civilización islámica proporcionó un ideal común al que todos los musulmanes podían apelar en nombre de la resistencia contra la invasión occidental. Aun cuando esa apelación fracasó en detener el flujo de la marea imperial occidental, creó una memoria cultural de un destino comúnmente compartido que no se ha borrado.

Los europeos pudieron dividir y conquistar numerosos pueblos africanos, asiáticos, y latinoamericanos que después cayeron individualmente ante el poder occidental. Una resistencia unida, transnacional entre esos pueblos era difícil de lograr en ausencia de cualquier símbolo étnico o cultural común de resistencia. En un mundo sin Islam, el imperialismo occidental habría encontrado mucho más fácil la tarea de dividir, conquistar y dominar Oriente Próximo.

No habría permanecido una memoria cultural compartida de humillación y derrota a lo largo de un área inmensa. Esa es una importante razón por la que Estados Unidos se ve ahora rompiéndose los dientes en el mundo musulmán. Hoy, las intercomunicaciones globales y las imágenes por satélite compartidas han creado una fuerte conciencia entre todos los musulmanes y un conocimiento más amplio del asedio imperial occidental contra una cultura islámica común. Este asedio no es sobre la modernidad, sino la incesante exigencia occidental de dominación del espacio estratégico, de los recursos e incluso de la cultura del mundo musulmán; el espolio para crear un Oriente Próximo proestadounidense.

Desgraciadamente Estados Unidos asume ingenuamente que el Islam es todo lo que se interpone entre ellos y el premio. Pero, ¿qué hay del terrorismo, el problema más urgente que Occidente asocia actualmente con el Islam? Más contundentemente: ¿habría existido un 11 de septiembre sin Islam? Si los agravios de Oriente Próximo, arraigados por años de ira política y emocional en las políticas y actuaciones estadounidenses se hubieran envuelto en un estandarte distinto, ¿las cosas habrían sido inmensamente diferentes?

De nuevo es importante recordar qué fácilmente se invoca la religión, incluso cuando otros agravios que existen desde hace mucho tiempo sean los culpables. El 11 de Septiembre de 2001 no era el principio de la historia. Para los secuestradores de aviones de Al Qaeda, el Islam funcionó como una lupa al sol que recogió los agravios comunes compartidos dispersos y los concentró en un intenso rayo, en un momento de claridad de acción contra el invasor extranjero.

En el enfoque occidental del terrorismo en nombre de Islam, la memoria es corta. Las guerrillas judías usaron el terrorismo contra los británicos en Palestina. Los Tigres del Tamil hindúes de Sri Lanka inventaron el arte del chaleco suicida y durante más de una década encabezaron los ataques suicidas del mundo, incluido el asesinato del primer ministro indio Rajiv Gandhi. Los terroristas griegos llevaron a cabo operaciones de asesinatos contra funcionarios estadounidenses en Atenas. El terrorismo organizado sijkh mató a Indira Gandhi, propagando estragos en la India, estableció una base extranjera en Canadá y derribó un vuelo de las líneas aéreas Indias sobre el Atlántico. Se temió mucho a los terroristas de Macedonia por todos los Balcanes en las vísperas de la Primera Guerra Mundial. Docenas de importantes asesinatos a finales del siglo XIX y principios del XX fueron llevados a cabo por anarquistas europeos y americanos que sembraron el miedo colectivo. El Ejército Republicano Irlandés empleó durante decenios un terrorismo brutalmente eficaz contra los británicos, como hicieron las guerrillas comunistas y terroristas en Vietnam contra los estadounidenses, los comunistas malayos contra los soldados británicos en los años cincuenta, los terroristas de Mau-Mau contra los funcionarios británicos en Kenya... la lista sigue. No captaron a un musulmán para cometer atentados terroristas.

Ni siquiera la historia reciente de la actividad terrorista parece muy diferente. Según Europol, en la Unión Europea en 2006 han tenido lugar 498 ataques terroristas. De éstos, 424 fueron perpetrados por grupos separatistas, 55 por extremistas de izquierda y 18 por otros terroristas variados. Sólo 1 fue obra de los islamistas. Seguramente habría algunos intentos, frustrados por el fuerte control sobre la comunidad musulmana. Pero estas cifras revelan el amplio espectro ideológico de los terroristas potenciales de todo el mundo. ¿Es tan difícil pues imaginar a árabes -cristianos o musulmanes- encolerizados con Israel o por las constantes invasiones del imperialismo, la destrucción y las intervenciones que emplean el mismo tipo de actos terroristas y la guerra de guerrillas? La pregunta podría ser, en cambio, ¿por qué no pasó antes?

Cuando los grupos radicales acumulan los agravios en nuestra era globalizada, ¿por qué no debemos esperar que lleven su lucha al corazón de Occidente? Si el Islam odia la modernidad, ¿por qué esperó hasta el 11 de septiembre para lanzar su ataque? ¿Y por qué agrupó a los pensadores islámicos de principios del siglo XX para hablar de la necesidad de abrazar la modernidad, incluso mientras se protegía la cultura islámica? La causa de Osama Bin Laden al principio no era en absoluto la modernidad; habló de Palestina, de las botas estadounidenses sobre la tierra de Arabia Saudí, de los gobernantes saudíes bajo el mando estadounidense y de los cruzados modernos. Es destacable que no fuera hasta finales de 2001 cuando viéramos el primer hervor importante de ira musulmana sobre el propio suelo de Estados Unidos, en reacción a los hechos históricos acumulados y a las recientes políticas estadounidenses. Si no hubiera existido el 11 de septiembre habría ocurrido algo similar. Y aunque no hubiera existido el Islam como vehículo de resistencia, el marxismo sí, una ideología que ha engendrado innumerables terroristas, guerrillas y movimientos de liberación nacional.

Se pueden señalar la ETA vasca, las FARC de Colombia, Sendero Luminoso en Perú y la Facción del Ejército Rojo en Europa, por nombrar sólo unos pocos en Occidente. George Habash, el fundador del letal Frente Popular para la Liberación de Palestina era un cristiano ortodoxo griego y marxista que estudió en la Universidad Americana de Beirut. En una época en que el airado nacionalismo árabe coqueteó con el marxismo violento, muchos cristianos palestinos dieron su apoyo a Habash.

Los pueblos que resisten a los opresores extranjeros buscan estandartes para propagar y glorificar la causa de su lucha. La lucha internacional de clases por la justicia proporciona un buen punto de unión. El nacionalismo es incluso mejor. Pero la religión brinda el mejor de todos y atrae a los poderes más altos para proseguir su causa. Y la religión, en todas partes, puede servir incluso para apuntalar la cuestión étnica y el nacionalismo, especialmente cuando el enemigo es de una religión diferente. En estos casos, la religión deja de ser la fuente principal del enfrentamiento y la confrontación para ser su vehículo. El estandarte del momento puede desaparecer, pero los agravios permanecen.

Vivimos en una época en la que el terrorismo es a menudo el instrumento escogido por el débil. Ya bloquea el enorme poder de los ejércitos estadounidenses en Iraq, Afganistán y otros lugares. Y así Bin Laden, en muchas sociedades no musulmanas está considerado el próximo Che Guevara. No es ni más ni menos que la llamada al éxito de la resistencia contra el poder estadounidense dominante, el débil que devuelve el golpe, una llamada que trasciende al Islam o a la cultura de Oriente Próximo. Más de lo mismo, pero la cuestión permanece: si el Islam no existiera, ¿el mundo sería más pacífico?

Ante las tensiones entre Oriente y Occidente, el Islam agrega indiscutiblemente un elemento todavía más emocional, una capa más de complicaciones que cubren las soluciones. El Islam no es la causa de tales problemas. Puede parecer sofisticado buscar pasajes en el Corán que parezcan explicar «¿por qué nos odian?» Pero esto desprecia ciegamente la naturaleza del fenómeno. Es más cómodo identificar el Islam como fuente del problema; ciertamente es mucho más fácil que explorar el impacto masivo de la huella global de la única superpotencia del mundo. Un mundo sin Islam seguiría inmerso en la mayoría de las interminables y sangrientas rivalidades cuyas guerras y tribulaciones dominan el paisaje geopolítico. Si no fuera la religión, todos esos grupos habrían encontrado algún otro estandarte bajo el que expresar su nacionalismo y la exigencia de independencia.

Seguramente la historia no habría seguido exactamente el mismo camino. Pero el desastre, el choque entre Oriente y Occidente, seguiría siendo totalmente uno de los principales problemas históricos y geopolíticos de la historia de la humanidad: las etnias, el nacionalismo, la ambición, la codicia, los recursos, los líderes locales, el suelo, los beneficios económicos, el poder, el intervencionismo y el odio a extranjeros, invasores e imperialistas. Enfrentados con problemas eternos como éstos, ¿cómo no se va a invocar el poder de la religión? Recordemos también que casi todos los horrores de principios del siglo XX vinieron, casi exclusivamente, de regímenes estrictamente laicos: Leopoldo II de Bélgica en el Congo, Hitler, Mussolini, Lenin y Stalin, Mao y Pol Pot.

Lo europeos fueron quienes extendieron sus guerras mundiales, dos veces, sobre el resto del mundo, dos devastadores conflictos globales sin ningún remoto paralelismo en la historia islámica. Algunos hoy podrían desear un mundo sin Islam en el que estos problemas probablemente nunca hubieran llegado a producirse. Pero realmente los conflictos, las rivalidades y las crisis de ese otro mundo parece que no serían muy diferentes de las que conocemos hoy.

Publicado en Foreign Policy Ene-feb 2008

Nota de los traductores

Porque Graham E. Fuller es realmente un estadounidense extraordinario: ha estudiado dieciséis idiomas, entre ellos el francés, el alemán, el persa, el japonés, el turco, el chino, el árabe, el griego, el ruso y, las but not least, el esperanto. En una palabra, ¡creo que reúne las condiciones necesarias para incorporarse a Tlaxcala y su lucha contra la lengua y el pensamiento únicos!

Este artículo ha sido portada del número de enero de Foreign Policy, prestigiosa revista editada por la fundación Carnegie por la paz internacional, una institución de Washington. Esperemos que sea materia de reflexión para los jóvenes que acuden a las universidades estadounidenses y se pregunten qué van a hacer cuando sean mayores. (Tlaxcala, traducción de Juan Vivanco)

http://www.foreignpolicy.com/users/login.php?story_id=4094&URL=
http://www.foreignpolicy.com/story/cms.php?story_id=4094

Texto íntegro en inglés: http://www.muslimbridges.org/content/view/861/37/

Graham E. Fuller, ex vicepresidente del Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA, encargado de previsión estratégica a largo plazo, actualmente es profesor adjunto de historia en la Universidad Simon Fraser de Vancouver (Canadá).

Traducido por Carlos Sanchis y Juan Vivanco. Revisado por Caty R . Carlos Sanchis, Juan Vivanco y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala.