miércoles, 15 de agosto de 2012

El sadismo económico

Tenaz persistencia de los programas de castigo social

Por Ignacio Ramonet*

 

España, “beneficiada” con un rescate financiero para sus bancos, es la última destinataria de las políticas de austeridad salvaje que aplica la Unión Europea (es decir, Alemania). Lo terrible es que los crueles sacrificios que le exigen a la población sólo servirán para hundirla en la miseria y agravar la recesión.

Sadismo? Sí, sadismo. ¿Cómo llamar de otro modo esa complacencia en causar dolor y humillación a personas? En estos años de crisis, hemos visto cómo –en Grecia, en Irlanda, en Portugal, en España y en otros países de la Unión Europea (UE)– la inclemente aplicación del ceremonial de castigo exigido por Alemania (congelación de las pensiones; retraso de la edad de jubilación; reducción del gasto público; recortes en los servicios del Estado de Bienestar; merma de los fondos para la prevención de la pobreza y de la exclusión social; reforma laboral, etc.) ha provocado un vertiginoso aumento del desempleo y de los desalojos. La mendicidad se ha disparado. Así como el número de suicidios.
A pesar de que el sufrimiento social alcanza niveles insoportables, Angela Merkel y sus seguidores (entre ellos Mariano Rajoy) continúan afirmando que sufrir es bueno y que ello no debe verse como un momento de suplicio sino de auténtico júbilo. Según ellos, cada nuevo día de castigo nos purifica y regenera, y nos va acercando a la hora final del tormento. Semejante filosofía del dolor no se inspira en el Marqués de Sade sino en las teorías de Joseph Schumpeter, uno de los padres del neoliberalismo, quien pensaba que todo sufrimiento social cumple de algún modo un objetivo económico necesario y que sería una equivocación mitigar ese sufrimiento aunque sólo fuese ligeramente.
En eso estamos. Con una Angela Merkel en el rol de “Wanda, la dominadora”, alentada por un coro de fanáticas instituciones financieras (Bundesbank, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio, etc.) y por los eurócratas adictos de siempre (Durão Barroso, Van Rompuy, Ollie Rehn, Joaquín Almunia, etc.). Todos apuestan por un masoquismo popular que llevaría a los ciudadanos no sólo a la pasividad sino a reclamar más expiación y mayor martirio “ad maiorem Europae gloriam”. Hasta sueñan con eso que los medios policiales denominan “sumisión química”, unos fármacos capaces de eliminar total o parcialmente la conciencia de las víctimas, convertidas sin quererlo en juguetes del agresor. Pero deberían ir con cuidado, porque la “masa” ruge.

España se derrumba

En España, donde el gobierno de Mariano Rajoy está aplicando políticas salvajes de austeridad al límite precisamente del “sadismo” (1), las expresiones de descontento social se multiplican. Y eso en un contexto de enorme desconcierto, en el que, de repente, los ciudadanos constatan que a las crisis económica y financiera se suma una grave crisis de gobernabilidad. Simultáneamente, varios pilares fundamentales del edificio del Estado se resquebrajan: la Corona (con el tétrico asunto de la caza al elefante en Botswana), el Poder Judicial (con el cochambroso caso Dívar), la Iglesia (que no paga el impuesto sobre bienes inmuebles, IBI), el sistema bancario (del que nos afirmaban que era el “más sólido” de Europa y constatamos que se desmorona), el Banco de España (incapaz de alertar sobre Bankia y otras quiebras espectaculares), las Comunidades Autónomas (sumidas algunas de ellas en abismales escándalos de corrupción), los grandes medios de comunicación (excesivamente dependientes de la publicidad y que ocultaron las calamidades por venir)...
Sin hablar del propio Gobierno, cuyo Presidente, en un momento en el que España (con Grecia) se ha convertido en el eje de los problemas del mundo, parece avanzar sin brújula. Y quien, frente a interrogantes fundamentales, o permanece en silencio, o contesta con expresiones surrealistas (“Vamos a hacer las cosas como Dios manda.”), o sencillamente sostiene “contraverdades” (2). Mariano Rajoy y su equipo económico tienen una gran responsabilidad en el desastre actual. Han piloteado la crisis bancaria con evidente torpeza; han dejado descomponerse el caso de Bankia; han transformado una clara situación de quiebra en una pulseada con Bruselas, el Banco Central Europeo y el FMI; han practicado el negacionismo más necio, pretendiendo hacer pasar un rescate de consecuencias gravísimas para la economía española como un crédito barato y sin condiciones (“Es un apoyo financiero que no tiene nada que ver con un rescate”, declaró De Guindos; “Lo que hay es una línea de crédito que no afecta al déficit público”, afirmó Rajoy).
Todo esto da la penosa impresión de un país que naufraga. Y cuyos ciudadanos descubren de pronto que tras las apariencias del “éxito económico español”, pregonado durante lustros por los gobernantes del PSOE y del PP, se escondía un modelo (el de la “burbuja inmobiliaria”) carcomido por la incompetencia y la codicia.

Codicia, incompetencia, ceguera

En cierta medida, comprendemos ahora –muy a expensas nuestras– uno de los grandes enigmas de la historia de España: ¿cómo fue posible que, a pesar de las montañas de oro y plata traídas de América por el Imperio colonizador y explotador, el país se viese convertido, a partir del siglo XVII, en una suerte de corte de los milagros llena de mendigos, desamparados y pordioseros? ¿Qué se hizo de tamaña riqueza? La respuesta a estas preguntas la tenemos hoy ante los ojos: incompetencia y miopía de los gobernantes, codicia infinita de los banqueros.
Y el castigo actual no ha terminado. Después de que la agencia Moody’s, el pasado junio, rebajara la nota de la deuda española en tres escalones, desde A3 hasta Baa3 (uno por encima del “bono basura”), la prima de riesgo llegó hasta límites insoportables. La solvencia española está en la pendiente que conduce a un rescate. Y tanto el rescate a la banca como el rescate de la deuda pública tendrán un costo social terrorífico. En su informe anual sobre España, el Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, ya está reclamando que el Gobierno suba el IVA y que apruebe lo antes posible una nueva disminución del sueldo de los funcionarios para reducir el déficit. Además, en un documento de trabajo, los expertos del Fondo recomiendan a España que extienda aun más el despido, reclaman el contrato único y que se evite la actualización automática de los sueldos (3).
La Comisión Europea recomienda igualmente el aumento del IVA y la adopción de nuevas medidas “austeritarias”: el retraso de la edad de jubilación, el control del gasto en las Comunidades, el endurecimiento de las prestaciones por desempleo, la eliminación de la desgravación por vivienda y la reducción del volumen de la Administración Pública. Todo antes de 2013. Ya que no se puede devaluar el euro, se trata de devaluar a todo un país, rebajando su nivel de vida entre un 20 y un 25%...
Por su parte, la canciller alemana exige que España continúe con las profundas reformas económicas y fiscales. A pesar de la canina fidelidad que le manifiesta Rajoy, Merkel se opone con uñas y dientes a cualquier medida del Gobierno que suponga para España ceder en el camino de la austeridad y de las reformas estructurales.

El Cuarto Reich

Berlín quiere aprovechar el “shock” creado por la crisis y la posición dominante de Alemania para conseguir un viejo objetivo: la integración política de Europa bajo las condiciones germanas. “Nuestra tarea hoy –declaró Merkel en un discurso ante el Parlamento alemán– es compensar lo que no se hizo [cuando el euro fue creado] y acabar con el círculo vicioso de la deuda eterna y de no cumplir las normas. Sé que es arduo, que es doloroso. Es una tarea hercúlea, pero es inevitable.” Algunos comentaristas hablan ya del IV Reich...
Porque, si se produce el “salto federal” y se avanza hacia una unión política, eso significa que cada Estado miembro de la UE tendrá que renunciar a considerables partes de su soberanía nacional. Y que una instancia central podrá interferir directamente en los presupuestos y los impuestos de cada Estado para imponer el cumplimiento de los acuerdos. ¿Cuántos países están dispuestos a abandonar tanta soberanía nacional? Si ceder parte de la soberanía es inevitable en un proyecto de integración política como la Unión Europea, sin embargo existe una diferencia entre federalismo y neocolonialismo... (4)
En los Estados sometidos a rescates –España, entre otros– estas importantes pérdidas de soberanía ya son efectivas (5). Desmintiendo a Rajoy, el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, afirmó que la troika (BCE, Comisión Europea y FMI) controlará la reestructuración de la banca en España (6). Esa troika gobernará la política fiscal y macroeconómica para seguir imponiendo reformas y recortes y para asegurar la prioridad del cobro de la deuda que los bancos españoles tienen con la banca europea, y principalmente alemana (7). España dispone pues, desde junio pasado, de menos libertad, menos soberanía de su sistema financiero y menos soberanía fiscal.
Todo ello sin ninguna garantía de salir de la crisis. Al contrario. Como lo recuerdan los economistas Niall Ferguson y Nouriel Roubini: “La estrategia actual de recapitalizar los bancos a base de que los Estados pidan prestado a los mercados nacionales de bonos —o al Instrumento Europeo de Estabilidad Financiera (IEEF) o a su sucesor el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE)— ha resultado desastrosa en Irlanda y Grecia: ha provocado una explosión de deuda pública y ha hecho que el Estado sea todavía más insolvente, al tiempo que los bancos se convierten en un riesgo peor en la medida en que una parte mayor de la deuda pública está en sus manos” (8).
Pero entonces, si no funcionan ¿por qué se mantienen esas sádicas políticas de “austeridad hasta la muerte”? Porque el capitalismo se ha puesto de nuevo en marcha y se ha lanzado a la ofensiva con un objetivo claro: acabar con los programas sociales del Estado de Bienestar implementados después del final de la Segunda Guerra Mundial y de los que Europa es el último santuario.
Pero, como decíamos más arriba, debería ir con cuidado. Porque las “masas” están rugiendo...

1. Véase Conn Hallinan, “Spanish Austerity Savage to the Point of Sadism”, Foreign Policy in Focus, Washington, 15-6-12, http://www.fpif.org/blog/the pain in spain falls mainly on the plain folk
2.
Véase Ignacio Escobar, “Las siete grandes mentiras sobre el rescate español”, Rebelión, 12-6-12.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=151211
3. El País, Madrid, 15-6-12.
4. Véase Niall Ferguson y Nouriel Roubini, “Esta vez, Europa está de verdad al borde del precipicio”, El País, 10-6-12. Véase también, Ignacio Ramonet, “Nuevos protectorados”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Nº 153, marzo de 2012.
5. Una prueba de la mentalidad de neocolonizados es el esperpéntico proyecto Eurovegas que se disputan las Comunidades de Madrid y de Cataluña, basado en la especulación urbanística y financiera, y asociado al “aumento del blanqueo de capitales, la prostitución, las ludopatías y las mafias”. Consúltese la plataforma Aturem Eurovegas: http://aturemeurovegas.wordpress.com
6. El País, 14-6-12.
7. Vicenç Navarro, Juan Torres, “El rescate traerá más recortes y no sirve para salir de la crisis”, 15-6-12,
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=151370
8. Ver la nota 4.




Notas relacionadas

Grecia enfrenta su decisión final, por Costas Lapavitsas, Edición Nº 156, junio de 2012

Golpe de Estado europeo, por Raoul Marc Jennar, Edición Nº 156, junio de 2012

Salir de la austeridad, por Ignacio Ramonet, Edición Nº 155, mayo de 2012

Argentina 2001, Grecia 2011, por Maurice Lemoine, Edición Nº 154, abril de 2012

Nuevos protectorados, por Ignacio Ramonet, Edición Nº 153, marzo de 2012

 

* Director de Le Monde diplomatique, edición española.

 

Calambres institucionales

Edición Nro 158 - Agosto de 2012

Editorial

Por José Natanson

 

La inestabilidad en América Latina sigue siendo una realidad. Pero, ¿dónde termina el ejercicio democrático de la oposición y comienza la desestabilización o el clima destituyente?

unque algunas teorías semióticas propongan hipótesis insólitas del tipo “todo es texto”, y por más que el cristianismo insista con aquello de que “En el principio era el Verbo”, casi siempre el lenguaje corre detrás de la realidad, soplándole la nuca: en América Latina se habló durante décadas de “golpe de Estado” para referir a la decisión de los militares de interrumpir el orden constitucional apoderándose del gobierno, cerrando el Congreso, prohibiendo a los partidos y, la mayoría de las veces, interviniendo la justicia, los medios de comunicación y los sindicatos. Pero la experiencia de los últimos años nos ha puesto ante una nueva realidad, que el lenguaje aún no consigue nombrar: hablamos así de “golpe suave” (1) o “neo-golpe” (2), y en el caso paraguayo, el más reciente de todos, de “golpe de Estado institucional” o “golpe parlamentario”, expresiones tan autocontradictorias (si es “institucional” o “parlamentario” difícilmente sea un “golpe”) como “círculo cuadrado” o “inteligencia militar”.
¿Qué pasó en cada caso? En Paraguay, el Congreso destituyó al presidente en un trámite express que lo privó de cualquier posibilidad razonable de defensa, y designó en su reemplazo al vice, elegido en la misma boleta y a la vez cabeza de la conspiración; en Honduras, los militares detuvieron al jefe de Estado, enfrentado al Congreso y la Corte Suprema por una reforma constitucional que éstos habían bloqueado, y avalaron el nombramiento de un senador en su reemplazo; en Bolivia en 2008, los departamentos ricos del oriente articularon un desafío al poder de Evo Morales que incluyó una masacre campesina y que sólo concluyó cuando un referéndum revocatorio desempató la situación a favor del gobierno; en Ecuador, una asonada policial derivó en el secuestro del presidente e intentos dispersos por tomar algunas instituciones gubernamentales; hace pocas semanas, nuevamente en Bolivia, el amotinamiento de un sector de la policía en reclamo de mejoras salariales fue definido por el gobierno como un “golpe de Estado”, aunque no hubo indicios contundentes que confirmaran la denuncia de un intento articulado de tomar el poder.
Cada situación es diferente y es necesario hilar muy fino para entender qué pasó exactamente en cada caso: si en algunos países, como Honduras y Paraguay, la interrupción del orden institucional parece clara, en otros es menos nítida y su valoración precisa todavía es motivo de disputa.
Como sea, la prevalencia del virus de la inestabilidad nos pone ante dos realidades tan evidentes como difíciles de aceptar. La primera: América Latina, aunque sigue siendo la región más democrática del mundo en desarrollo, está lejos de haber alcanzado un grado de consolidación equivalente al de los países más desarrollados. Como un calambre, el riesgo institucional aparece y desaparece, siempre al acecho.
La segunda incomodidad resulta de admitir que los procesos de “giro a la izquierda” que hoy controlan el poder en la mayoría de los países de la región tienen orígenes menos diáfanos de lo que quisieran. En Ecuador, el triunfo de Rafael Correa estuvo precedido por la destitución de… tres presidentes democráticamente elegidos; al igual que en Bolivia, donde Evo Morales llegó al gobierno luego de las renuncias de Sánchez de Lozada y Mesa, o Venezuela, donde el ascenso de Chávez se produjo tras dos presidentes interinos y dos intentos frustrados de golpes de Estado (estos sí tradicionales, el primero de ellos liderado por el mismo Chávez).

Inestabilidad nacional

Pese a la elegancia parisina de la Recoleta y sus cinco premios Nobel, Argentina no ha sido ajena a esta fiebre subtropical. De hecho, la renuncia de De la Rúa, la asunción y luego la renuncia anticipada de Duhalde y la victoria de Kirchner se produjeron en condiciones no menos alteradas que las del resto de los países latinoamericanos. E incluso luego, normalizada la política y estabilizada la economía, la posibilidad de un quiebre institucional siguió operando, si no como realidad cercana al menos como fantasma difuso.
En junio del 2008, en pleno conflicto del campo, los intelectuales de Carta Abierta acuñaron la expresión “clima destituyente” para definir una coyuntura que combinaba la ofensiva opositora de los grandes medios con cacerolazos espontáneos en algunos barrios, un gobierno desorientado (en un desdichado discurso, Kirchner llegó a hablar de “comandos civiles”) y cortes de rutas coordinados que hicieron temer por el desabastecimiento de alimentos en las ciudades.
Como saben bien los historiadores revisionistas, que han hecho de ello un medio de vida últimamente bastante redituable, la reinterpretación de los sucesos políticos es parte de una disputa en la que se juega tanto la mirada sobre el pasado como el rumbo del futuro: el éxito del hit interpretativo de Carta Abierta radicaba en que no hablaba de “golpe” sino de “destitución”, y en que no aludía a un actor identificable sino a un mucho más vaporoso “clima”. Su aporte en aquel momento fue fundamental, al punto que todavía hoy, con el gobierno fortalecido tras obtener el 54 por ciento de los votos, la expresión sigue resonando: el último en invocarla fue el canciller Héctor Timernan, quien advirtió sobre el riesgo de que la situación paraguaya se replique en otros países, incluso en Argentina.

Espectros y realidades

La pregunta podría formularse en estos términos: ¿dónde termina el ejercicio democrático de la oposición y comienza la desestabilización o el clima destituyente?
Tras la experiencia del conflicto por la 125, con las principales ciudades del país virtualmente sitiadas durante semanas, parece absurdo negar que en ciertos sectores opositores anida el deseo de una interrupción institucional: son los que temen que algunas de las reformas kirchneristas –digamos: la ley de medios o las retenciones– se conviertan en cuestiones irreversibles, lo cual no deja de ser llamativo, pues la historia ofrece miles de ejemplos de transformaciones aparentemente inamovibles que luego se modifican: lo estamos viendo ahora, con la crisis de la Europa del bienestar, y lo vimos en los 90, cuando Menem desarmó en pocos años el modelo construido desde la posguerra. Si se mira bien, el mismo kirchnerismo es la prueba viviente de que no existe ningún orden económico-social eterno, ¿o alguien en su sano juicio hubiera pensado, quince años atrás, en un sistema jubilatorio y una YPF estatales o –por mencionar un tema menos grato– el retorno del control de cambios?
La responsabilidad no es solamente de la oposición. El gobierno alimenta el fantasma cuando machaca una y otra vez, en un estilo que está lejos de la serenidad, con el carácter estructural e irreversible de las reformas que emprende (para entenderlo habrá que reconocer que la transformación de la sociedad para “siempre” es al fin y al cabo una forma muy humana de compensar la finitud de la vida, tal como demuestra la experiencia del Che Guevara, que hablaba de crear ¡un hombre nuevo!).
En los 80, Raúl Alfonsín solía amenazar con un regreso de los militares cada vez que se sentía amenazado, estrategia que quedó neutralizada cuando la renovación cafierista se apoderó del peronismo y garantizó su respaldo a las instituciones de la democracia. Menos extorsivamente, el kirchnerismo recurre de tanto en tanto al cuco del “giro restaurador”: cuando Martín Redrado se atrinchera con las reservas, cuando el Congreso se niega a votar el Presupuesto, cuando los ruralistas anuncian un paro. ¿Por qué lo hace? Porque forma parte de una estrategia exitosa de acumulación discursiva pero también, creo, por razones menos tácticas y más filosóficas: para el gobierno, reconocer que la conspiración está lejos implica admitir el carácter genuinamente democrático de la mayor parte de la oposición, incluyendo a la derecha. Y aun más: supone reconocer que su máximo exponente, el jefe de gobierno porteño Mauricio Macri, se ha comportado de manera perfectamente democrática, admitiendo sus derrotas electorales y no abusando de los mecanismos institucionales, de los vetos y los decretos más de lo razonable, o en todo caso no más de lo que lo ha hecho el gobierno nacional.
Implica admitir, en suma, que Macri podrá ser antipático y conservador, pero que no carece de “paciencia democrática” y que, por lo tanto, expresa una ruptura respecto de la tradicional derecha autoritaria argentina. Esto lleva a un replanteo acerca de la posible articulación entre el macrismo y algún fragmento del peronismo, lo que a su vez implica admitir que dentro del mismo oficialismo anidan sectores que quizás en un futuro formen parte de la oposición: me refiero a gobernadores importantes del interior, a unos cuantos intendentes y, lo más peligroso de todo, al kirchnerismo de baja intensidad que encarnan dirigentes con altos niveles de popularidad, como Sergio Massa y, claro, Daniel Scioli.
Y en eso anda el gobierno, que intuye que, como con Sigourney Weaver en Alien, la oposición crece en sus mismas entrañas, lo que lo ha llevado a una extenuante estrategia de desgaste y contención respecto de su principal aliado-adversario, que procesa el amor-odio con su proverbial imperturbabilidad.

Perspectiva

Para concluir, creo que es posible articular los tres episodios mencionados –los intentos de desestabilización en América Latina, el conflicto por la 125 y las tensiones con Scioli– en un solo razonamiento. En primer lugar, recordemos que las instituciones regionales, la Unasur y el Mercosur, no consiguieron evitar el quiebre institucional en Paraguay, del mismo modo que el Grupo de Río y la OEA no lograron frenar la destitución de Manuel Zelaya en Honduras. Como señala Federico Vázquez (3), el esfuerzo regional, por mejor intencionado que esté, no alcanza para reemplazar a la construcción de poder político a nivel nacional (y en este sentido es interesante comprobar que los dos golpes exitosos acabaron con gobiernos que no habían emprendido procesos de reforma profundos, al menos no tan profundos como los de Bolivia, Ecuador o Venezuela, donde los ensayos de desestabilización fracasaron). Por otra parte, señalemos también que en pleno conflicto del campo el gobierno logró mantenerse en pie gracias al apoyo de dos estructuras de poder que permanecieron a su lado incluso en los momentos más duros, la CGT de Hugo Moyano y el PJ bonaerense de Daniel Scioli, y de las cuales hoy ha tomado distancia.
En tiempos de desaceleración económica, conflictos con los gobernadores y tensiones sociales, quizás no esté de más recordar que fue a partir de ellos que el kirchnerismo logró sortear la tormenta, ampliar su popularidad a las esquivas clases medias y reinventarse hasta convertirse en lo que es hoy.

1. El periodista Walter Goobar en Miradas al Sur, 8-7-12.
2. El politólogo Juan Gabriel Tokatlian en La Nación, 24-6-12.
3. Ver páginas 8 y 9.


© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur