La visita de Ratzinger a España representa un punto de inflexión, un antes y un después en la historia del catolicismo europeo y en la historia española, demostrando que la decadencia de la más antigua corporación internacional es un hecho innegable y que la monarquía constitucional va de salida. Las protestas de una parte importante de la ciudadanía española no pueden comprenderse exclusivamente por la crisis económica por la que atraviesan sino sobre todo por el enorme desgaste de una institución y un régimen político que ha demostrado su sed por el poder y el dinero, por estar y haber estado históricamente a favor de las causas más retrógradas, violentas y autoritarias en la tierra de Cervantes y por su cinismo al proteger a miembros distinguidos, y no tanto, que practicaban y practican sistemáticamente la pederastia, entre otras perversiones.
Las manifestaciones de repudio a la visita del jefe de la nomenclatura católica se articularon principalmente alrededor del gasto que el estado español realizó para llevar adelante la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Madrid, que según el coordinador de Europa Laica, Antonio González, rondaba los 25 millones de euros -algo así como cuatrocientos cincuenta millones de pesos, los cuales fueron incluidos en los presupuestos generales del estado español desde el 2010. ( http://www.librered.net/?p=8932 )
Los organizadores de la visita argumentaron que la derrama económica que los millones de visitantes multiplicarían con creces el gasto convirtiéndolo en una ‘inversión’ que beneficiaría a la comunidad madrileña, particularmente a hoteles, restaurantes y comercio en general, que no son precisamente el sector mayoritario de la población. Pero a los millones de euros ‘invertidos’ por el gobierno socialista habría que agregar los gastos generados por la enorme movilización de policías y demás fauna para proporcionar la seguridad adecuada a un acontecimiento de tales dimensiones así como la recolección de basura que los actos masivos generan invariablemente. Y sigue la mata dando pues hay que sumarle el costo que representó que los peregrinos fueran alojados por cinco días en edificios públicos, es decir, en más de 1400 centros escolares de la comunidad de Madrid que fueron cedidos a los organizadores de la JMJ. Resulta difícil de calcular entonces el monto de la ‘inversión’ pero es evidente que supera la cifra autorizada por la burocracia en el poder. Para colmo, las empresas beneficiadas con la política económica (Santander, Endesa y Telefónica) se paran el cuello apoyando con el dinero ganado a costa del empobrecimiento generalizado, la organización de la jornada impregnándola de un tufo empresarial donde la fe no aparece por ningún lado, a no ser la fe en las ganancias, que parece ser la única que comparten tanto las empresas como el Vaticano.
Por su parte, los opositores manifestaron reiteradamente que, en vista de la crisis que azota al país, la visita papal parecía más bien una burla hacia los millones de personas a las que los dueños del dinero y sus lacayos en el gobierno sugieren apretarse el cinturón y ser pacientes; Dios proveerá parecen decir.
Por otra parte, la JMJ es una respuesta desesperada frente a la pérdida de presencia de la iglesia católica en suelo español. Según las encuestas las creencias de sus habitantes han cambiado dramáticamente en la última década; en el año 2000 el 83% de la población se declaraba católico pero para el 2001 la cifra ha bajado al 72%. De estos, el 60% reconoce que apenas va a misa y sólo el 13% acude todos los domingos a los templos. ( http://www.clarin.com/mundo/Incidentes-masiva-marcha-Papa-Madrid_0_538146241.html ) Si la tendencia se mantiene el Vaticano estará perdiendo sin remedio su bastión europeo, cosa que le daría un golpe casi mortal pues España, desde las guerras de contrarreforma en el siglo XVI y XVII, se ha erigido como la nación que más ha defendido la ortodoxia católica, a costa incluso de su propio desarrollo económico, no se diga social y cultural.
En efecto, la contrarreforma significó para España el subdesarrollo económico del cual no salió sino a medias con la caída de Franco. Las enormes transferencias de riqueza desde las colonias hacia la metrópoli, a lo largo de tres siglos, fueron gastadas principalmente para financiar guerras contra los protestantes y al mismo tiempo para mantener una clase terrateniente parasitaria y retrógrada, que sobrevive hasta hoy en el poder. La época del oscurantismo español pareció ceder con el surgimiento de la república y el florecimiento cultural al iniciar el siglo XX, pero el golpe de estado fascista encabezado por Franco y apoyado por Hitler y los yanquis acabaron con la pequeña primavera española y devolvieron el país a las manos de la iglesia y el ejército.
Con la muerte del infame dictador, algunos creyeron que finalmente la república laica volvería por sus fueros pero las esperanzas se marchitaron rápidamente con la aparición de la monarquía -disfrazada de transición democrática- y el mantenimiento de los privilegios de la nobleza terrateniente. La iglesia mantuvo prerrogativas que en cualquier república liberal serían difíciles de justificar, como el control de la educación y la obtención directa de recursos públicos para financiar sus piadosas actividades, manteniendo así una fuerza artificial, si se quiere, pero que le ha permitido seguir siendo un actor político importante en el escenario nacional. Más aun, el surgimiento del Opus Dei proporcionó al Vaticano enormes recursos e influencia, incluso fuera del territorio español, pues la organización fundada por Escrivá de Balaguer inspiró el surgimiento de organizaciones en Latinoamérica, como los Legionarios de Cristo, que conspiraron para impedir el fortalecimiento de sociedades laicas, tolerantes e incluyentes.
Pero como se dice coloquialmente, en el pecado va la penitencia, ya que en este caso y como consecuencia de acciones desesperadas para recuperar el enorme poder del que gozó en otras épocas, la iglesia se hizo de la vista gorda para contener la decadencia al interior de sus filas a cambio de dinero e influencia. Marcial Maciel representa sin lugar a dudas el ejemplo paradigmático de lo anterior. Sus habilidades para comprar el favor del Vaticano -en particular de Wojtyla- ocultando sus adicciones y su pederastia, evidenciaron su debilidad para detener la debacle, dándole un golpe mediático definitivo.
Así las cosas, las manifestaciones de repudio a la visita papal para encabezar el JMJ en Madrid son claramente una consecuencia del desgaste del catolicismo en España pero sobre todo una prueba contundente de que la sociedad española está harta de la ‘transición democrática’ y de la monarquía decrépita que la articula y la organiza. Y eso no lo para nadie.
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