martes, 3 de mayo de 2011

Al-Jazeera y la primavera árabe

Ondas de choque

Yves González-Quijano

cpa.hypotheses.org

Traducido para Rebelión por Jorge Aldao y revisado por Caty R.

El último verano, Al-Jazeera tuvo algunas preocupaciones con la dimisión, muy comentada, de varias presentadoras. Se intentó explicar en este artículo que la cadena catarí, a la que se acusaba entonces de excesivamente conservadora y hasta de haberse vendido a los extremistas musulmanes, atravesaba evidentemente una crisis. Y ésta no tenía mucho que ver con la forma en que sus locutoras podían aparecer en la pantalla, sino mucho más con el modo en que la primera cadena de información árabe necesitaba administrar su éxito para mantenerse ampliamente por encima de sus rivales.


«El pueblo quiere la caída de Al-Jazeera y de Al-Arabiya», dicen los manifestantes ante las oficinas de Al-Jazeera en Damasco.

Algunos meses después, todo parecía haber vuelto a la normalidad. En este artículo de Al-Akhbar por ejemplo, podíamos leer que la cadena había sabido superar sus problemas para continuar su expansión, particularmente en el mundo anglófono, consolidando además sus posiciones en el panorama audiovisual local. Al-Jazeera, hay que destacarlo siempre, no es únicamente una cadena gratuita de información, sino que aún con los conocidos problemas de interferencias durante la retransmisión de ciertos partidos (ver aquí y aquí) es, primero y ante todo, una «combinación» (rentable) donde el sector «deportes y ocio» tiene muy buenas perspectivas desde que se eligió al emirato (en diciembre de 2010) para organizar el Mundial de Fútbol de 2022.

En un plano más político, el artículo mencionado señalaba la importancia del clima regional como «soporte» de la cadena, particularmente a causa de la crisis yemení. Esta expresión era, por así decirlo, profética, cuando todavía no se hablaba demasiado de los acontecimientos tunecinos y en absoluto de la «primavera árabe». Fiel a su imagen pública, Al-Jazeera jugaba una vez más a la «desfacedora de entuertos» participando en la publicación de los documentos divulgados por Wikileaks, especialmente los concernientes a la guerra de Irak. Y, mejor aún, basada en el mismo modelo, creaba su propio sitio, The Transparency Unit, invitando a informar anónimamente sobre documentos secretos que el público debería conocer. Creado en enero, este nuevo servicio iba a distinguirse en particular por la publicación de los Palestina Papers, una verdadera bomba diplomática que debía poner en apuros (ya lo ha hecho…) a ciertos negociadores palestinos poco tacaños a la hora de hacer concesiones en sus negociaciones con los oficiales israelíes.

Y después sobrevino la «primavera árabe» con el papel que sabemos que jugaron algunos medios de comunicación: las redes sociales a la cabeza, sin duda, pero también y como ya se ha señalado, los medios de comunicación de masas, comenzando por Al-Jazeera, indiscutiblemente un poco tibio al principio, pero luego encabezando la movilización popular a favor de los rebeldes árabes. Convertida, para algunos, en una especie de organización revolucionaria ( تنظيم ثوري ), la cadena de Doha, una de las pocas capitales árabes que mantienen relaciones diplomáticas con Israel, recibía, last but not leats, elogios insistentes de Hillary Clinton. Una transformación por lo menos sorprendente por parte de un Estado que, hasta no hace mucho, procuraba sobre todo enmudecer a esta voz impertinente, incluso bombardeando los locales desde donde emitía, ya fuera en Kabul, en Bagdad ¡y hasta en Doha! Suficiente para suscitar muchas preguntas en el mundo árabe, así como muchas interpretaciones y hasta muchas acusaciones sobre el desarrollo de los acontecimientos.

En efecto, después de los espléndidos inicios de la cobertura mediática de los levantamientos tunecino y egipcio, las cosas se volvieron mucho más complicadas cuando el teatro de operaciones se desplazó a Barhéin, con una contrarrevolución impulsada por los saudíes, culpables de violaciones «cada vez más flagrantes» de los derechos humanos. Al observar su silencio, más de un telespectador árabe habrá podido darse cuenta de que, obviamente, para Al-Jazeera existen buenas y malas revoluciones…

Son bien conocidos los límites de Al-Jazeera con respecto a ciertos asuntos delicados, comenzado por lo que atañe directa o indirectamente al Golfo en general y a Arabia Saudí en particular (véase, por ejemplo, lo que lo cuenta Hugh Miles, un gran conocedor de la cadena). No fue, por lo tanto, el silencio de la cadena acerca de la represión en Bahrein, sino un cambio de estilo bastante radical lo que ha disgustado a una buena parte del público de lengua árabe (en efecto, es menos flagrante en el canal anglófono, que en cualquier caso no tiene la misma historia). En efecto, desde hace algunas semanas, Al-Jazeera parece haber perdido buena parte de su rigor profesional abandonando su papel de observador y convirtiéndose, sin muchas delicadezas, en el emisario de una revolución árabe presentada en imágenes en forma de clips bastante toscos ensalzando la revolución libia, yemení y ahora… la siria.

De hecho, después de algunos días de vacilaciones (Catar es, en principio, el aliado estratégico de Siria), Al-Jazeera puso toda su información al servicio del levantamiento sirio. Aunque poco presente en el país, porque sus oficinas en Damasco son objeto de una especie de bloqueo bajo la forma de una sentada «espontánea» de ciudadanos indignados por la imagen que presenta de su patria (ver la foto de arriba), la cadena recupera lo que arrastra en la web, que se parece a una nueva red de corresponsales locales cuyas crónicas, que acompañan a los vídeos puestos en Internet por los manifestantes, están en desacuerdo con la versión que dan los medios de comunicación locales. Los oficiales sirios continúan interviniendo, pero su discurso cada vez es más inaudible frente al de los muy numerosos opositores, allí o en el extranjero, y sobre todo frente a la acumulación de hechos que cuadran cada vez menos con el desarrollo de una crisis cuya importancia se mide, por no tener otra cosa, por el total de las víctimas, incluidas las de los balances oficiales.

En este contexto, es poco decir que la noticia de la dimisión de Ghassan Ben Jeddou (Ghassan Bin Jiddu غسان بن جدو ) hizo ruido. Este tunecino (hijo de libanesa), responsable de la oficina de Al-Jazeera en Beirut y considerado próximo a Hizbulá, no oculta sus convicciones nacionalistas. En cierto momento fue convocado para dirigir el sector informativo de la cadena, que finalmente se confió a Wadah Khanfar. Ésta y muchas otras razones (la supresión de la programación de muchos debates televisados a favor de reportajes más actuales pero también más superficiales), pueden explicar su salida. Queda además que la estrella indiscutible del periodismo árabe decidió presentar su dimisión (en el diario libanés Al-Safir, particularmente poco crítico de Siria en ese momento…) debido a profundas divergencias con respecto a las opciones editoriales de su cadena, a la que reprocha el tratamiento sesgado de las crisis de la primavera árabe. Y la prensa árabe (por ejemplo Hashad, un sitio yemení) se hace eco de rumores sobre otras posibles dimisiones, en particular la del sirio Faysal El-Qassem, el presentador una emisión estelar, «Contra Corriente» (Ittijâh mu' âkis)

Para las autoridades sirias, esta dimisión llega en el momento más oportuno porque confirma su convicción de que son el blanco, desde hace semanas, de un «complot extranjero» apoyado por una campaña de prensa que ofrece una versión totalmente deformada de los hechos. Y por ahora la decisión de Ghassan Ben Jeddou que contribuye, por lo menos allí, a dar credibilidad a los que denuncian las desviaciones de Al-Jazeera, arriesga a hacer todavía más difícil el trabajo de los profesionales de la información; por supuesto a los de Al-Jazeera, pero también a todos los demás, locales y muy raramente internacionales, que se esfuerzan por presentar la crónica, tan completa y contradictoria como sea posible, de los gravísimos acontecimientos que se desarrollan en Siria.

Fuente: http://cpa.hypotheses.org/2640

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